¿HABRÁ EFECTO DOMINÓ EN MORELOS FRENTE A LOS NUEVOS PASAJES EN CDMX?
ANÁLISIS
Por Regina M. Cinta Becerril
Lunes 3 de noviembre de 2025
En las calles atestadas de la Ciudad de México, donde el tráfico es un deporte de resistencia y el Metro un laberinto subterráneo, el reciente aumento de 1.50 pesos en las tarifas del transporte colectivo no es solo un ajuste numérico: es una grieta en el frágil equilibrio entre el bolsillo ciudadano y las demandas de los transportistas.
Efectivo desde el 1 de noviembre de 2025, este incremento eleva el pasaje de rutas concesionadas a entre 8.50 y 11.50 pesos según la distancia, mientras el Metro se mantiene en sus humildes 5 pesos. Pero más allá de la capital, este movimiento resuena como un eco en los valles de Morelos, donde concesionarios agazapados han esperado años por su propia victoria tarifaria. ¿Se contagiará este “éxito” capitalino, o será solo un espejismo en el asfalto caliente?
La justificación oficial en CDMX es tan predecible como un retraso en el Metrobús: costos crecientes de combustible, mantenimiento de unidades y la necesidad de modernizar un sistema que arrastra décadas de obsolescencia. La jefa de Gobierno, Clara Brugada, lo vendió como un pacto por la calidad del servicio, con promesas de renovación de flotas y mayor seguridad. Sin embargo, para el usuario promedio —ese oficinista que gasta más de 5,000 pesos al año en pasajes—, es un golpe sordo que acumula resentimiento.
En Morelos, donde la tarifa se estanca en 10 pesos desde hace años, los líderes transportistas observan con ojos codiciosos: si la capital cedió ante la inflación acumulada del 4-5 por ciento anual, ¿por qué no ellos, con sus 28,000 unidades chirriando por subsidios insuficientes?
La proximidad geográfica entre CDMX y Morelos no es mera casualidad cartográfica; es un río de viajeros que fluye diariamente. Más de 100,000 morelenses cruzan la frontera invisible cada mañana hacia empleos en la capital, pagando peajes invisibles en tiempo y sudor. Un pasaje más caro en CDMX podría desincentivar rutas locales si no se homologa, argumentan los concesionarios morelenses, que ya amenazaron con paros en agosto de 2024.
Imaginen el caos: autobuses varados en Cuernavaca, bloqueos en la autopista del Sol, todo por equiparar un “desequilibrio competitivo” con el Estado de México, donde la tarifa mínima ya trepa a 14 pesos. Este contagio no es ficción; es economía regional en su forma más cruda.
Pero detengámonos en el corazón humano de esta ecuación: el morelense de a pie, que ve en el transporte no un lujo, sino una necesidad vital. En un estado donde la pobreza roza el 50 por ciento y los subsidios como la Pensión para el Bienestar son un salvavidas, un aumento a 14 pesos golpearía como un mazazo.
El gobierno de Margarita González Saravia ha resistido con uñas y dientes, priorizando diálogos y aplazando refrendos para evitar el estallido social. ¿Y si el “efecto CDMX” fuerza su mano? Recordemos 2023, cuando alzas en la capital arrastraron ajustes en el Edomex; Morelos, con elecciones en 2026 acechando, podría ser el siguiente peón en este ajedrez político.
No todo es fatalismo en este panorama. Los transportistas de Morelos, organizados en confederaciones que huelen la oportunidad, podrían usar el caso capitalino como ariete: “Si allá negociaron por modernización, ¿por qué no aquí?”. Diálogos formales podrían florecer antes de fin de año, con concesiones híbridas como descuentos para adultos mayores o incentivos fiscales a cambio de un alza moderada. Pero el riesgo es alto: un paro generalizado paralizaría no solo Morelos, sino el pulmón viajero de CDMX. Es un juego de pollo donde nadie gana si choca, y los perdedores eternos son los que aprietan el botón de “pagar con tarjeta” en un camión abarrotado.
En el fondo, este drama tarifario revela las grietas de un modelo dependiente de concesiones privadas en un país de desigualdades galopantes. La pandemia nos enseñó que el transporte es infraestructura esencial, no un negocio especulativo. Morelos, con su potencial turístico y agrícola, merece más que migajas; merece visión.
Al final del día, el aumento en CDMX no es un virus benigno, sino un catalizador que podría encender las calles de Morelos en protestas o pactos. Si los concesionarios logran su incremento, será una victoria pírrica que encarece la vida cotidiana; si el gobierno resiste, podría forjar un precedente de equidad social. En cualquier caso, urge un diálogo genuino que priorice al pasajero sobre el concesionario. Porque en México, movernos no es solo cuestión de pesos: es de dignidad sobre ruedas. ¿Escucharemos el rugido del dragón, o lo apagaremos antes de que devore el camino?
