HOMENAJE A UN MORELENSE DE LEY: JUAN SALGADO BRITO
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 27 de octubre de 2025
Este domingo, Morelos se vistió de luto al despedir a uno de sus hijos más ilustres, el doctor en Derecho Juan Salgado Brito, quien dejó de existir en Cuernavaca tras varios días de lucha contra una delicada afección de salud. Nacido el 29 de febrero de 1948 en Tlaltizapán, este morelense de pura cepa destilaba la política en cada poro de su ser, como un elixir que nutría su vocación inquebrantable por el servicio público.
Con una trayectoria que abarcó más de cinco décadas, Salgado Brito no solo fue un administrador hábil, sino un constructor de puentes entre la gente y el poder, siempre con la humildad de quien sabe que la verdadera grandeza radica en el bien común. Su partida deja un vacío que resuena en los pasillos del Palacio de Gobierno, donde fungía como secretario de Gobierno bajo la administración de la gobernadora Margarita González Saravia, quien, visiblemente consternada, confirmó la noticia este lunes en Atlatlahucan y canceló su habitual conferencia de prensa para guardar silencio ante el dolor colectivo.
Lo conocí siendo yo apenas un adolescente, en esos años en que la política morelense bullía con la energía de los sueños colectivos. Juan era amigo entrañable de mi hermano Víctor Manuel, con quien compartía no solo ideales, sino esas tertulias interminables sobre el destino de Morelos. Salgado Brito, con su sonrisa franca y su mirada penetrante, encarnaba esa generación de líderes que veían en la acción cotidiana el motor del cambio. Juntos, forjaron alianzas que trascendieron lo partidista, recordándonos que la amistad en la arena política es un bálsamo contra las tormentas. Aquellos encuentros en casas morelenses, regados de café y visiones de un estado más justo, me enseñaron que la política no es solo estrategia, sino pasión vivida en la intimidad de las relaciones humanas.
El lazo entre Juan y mi familia se tensó con el inexorable paso del tiempo, pero su nobleza brilló con más fuerza en los momentos de aflicción. Cuando mi hermano Víctor Manuel nos dejó en enero de 2016, Juan Salgado Brito estuvo allí, ante el féretro en la Funeraria Hispano Mexicana de Cuernavaca, pronunciando unas palabras de despedida que calaron hondo en el alma de todos. Con voz serena pero cargada de emoción, evocó los ideales compartidos, las batallas libradas codo a codo y el legado de un hombre que, como él mismo, amaba a Morelos con devoción absoluta. Aquellas palabras no fueron un adiós formal, sino un puente eterno entre generaciones, un recordatorio de que los verdaderos amigos no se van: se convierten en faros que guían desde la eternidad.
Siendo yo muy joven, lo vi en acción por primera vez alrededor de 1972, trabajando mano a mano con Víctor Manuel en la Secretaría Particular del entonces gobernador de Morelos, Felipe Rivera Crespo. Bajo la dirección de don Xavier Olea Muñoz —quien años después sería gobernador interino de Guerrero—, Juan ya despuntaba como un operador incansable, tejiendo redes de confianza en un Morelos que anhelaba modernizarse. Aquella experiencia temprana forjó en él esa maestría para navegar las complejidades del poder sin perder el norte ético.
Salgado Brito, con su doctorado en Derecho Constitucional por la Universidad Nacional Autónoma de México, no era solo un funcionario más: era un visionario que entendía la ley como herramienta de equidad, no de opresión.
Morelos pierde a uno de sus mejores políticos, a quien únicamente le faltó ser senador y gobernador constitucional para coronar una carrera repleta de hitos: desde su presidencia municipal en Cuernavaca (1985-1988), donde impulsó la construcción del icónico Auditorio Teopanzolco y la Feria de la Primavera, hasta sus roles como diputado local y federal, delegado del ISSSTE y Sedesol, y fundador de Morena en el estado. Activista por la justicia social, militante del PRI en sus albores y luego artífice de la regeneración nacional, Juan Salgado Brito deja un legado de integridad y compromiso que inspira a las nuevas generaciones. Como dijo la gobernadora González Saravia, “fue un hombre de profundas convicciones”. Descanse en paz, doctor; su ejemplo perdurará erguido en nuestra memoria morelense.
