IMELDA, NIÑA BAILARINA
OPINIÓN
Por Carolina Ruiz Rodríguez*
Lunes 8 de septiembre de 2025
La tarde del miércoles 27 de agosto, minutos antes de las 17:00 horas, quedó expuesta una de las peores facetas del fenómeno migratorio en nuestro estado.
En la Glorieta Chapultepec de Cuernavaca, mejor conocida como La Luna, murió una pequeña migrante de nombre Imelda, de oficio bailarina. Fue atropellada por una camioneta segundos después de presentar su última rutina en el semáforo que regula el tránsito de la Avenida Central y la avenida Plan de Ayala.
En tiempos en que nos indigna la manera en que son tratados nuestros connacionales en Estados Unidos, este hecho vino a recordarnos los enormes pendientes que tenemos respecto a la migración aquí mismo, en Morelos.
De Imelda poco se sabe. No se ha podido determinar con precisión su edad porque carecía de documentos, de acta de nacimiento e, incluso, de familia. Se le calcula entre tres y seis años.
Lo único cierto es que no nació en Cuernavaca, ni en Morelos. De acuerdo con el testimonio de una supuesta tía, que ese fatídico miércoles “la dejó encargada”, la menor provenía del estado de Chiapas. Su madre la abandonó, su padre está preso y nadie reclamó su cuidado.
Se dice que migrar es dejarlo todo para ir en busca de todo. Pero hay excepciones. En el caso de Imelda, no dejó nada en su lugar de origen: ni familia, ni pertenencias, ni rastro oficial de su existencia. Llegó a Morelos y aquí solo encontró la muerte.
Su caso refleja los riesgos que enfrentan los migrantes, en particular los provenientes de pueblos originarios que buscan mejores oportunidades de vida en otras entidades. La gran mayoría no migra por gusto, sino por necesidad: huyen de la pobreza, de la violencia, de la explotación. Y lo que encuentran, en muchos casos, no es mejor de lo que dejaron.
Gran parte de los menores migrantes, incluso cuando viajan acompañados de algún familiar o mentor, ven negados sus derechos fundamentales: educación, salud, identidad, pertenencia familiar, protección contra la violencia y la discriminación, así como nulo acceso a la alimentación, la recreación y a la cultura.
Cinco días después de la tragedia de Imelda, el lunes 1 de septiembre en Puebla, ocurrió un hecho similar: un niño fue atropellado mientras jugaba en la calle, aun cuando su madre estaba a unos metros, pero permanecía distraída con el celular. A diferencia de Imelda, ese menor sobrevivió al vehículo y al “cuidado” de su madre.
Ambos casos, en contextos distintos, nos muestran la fragilidad de la niñez en México. La coincidencia: ambos ocurrieron en espacios públicos, a la vista de muchos. En Cuernavaca, en uno de los puntos de mayor tránsito vial; en Puebla, registrado por una cámara de seguridad.
Duele decirlo: hechos como estos ocurren todos los días en nuestro país. La mayoría quedan en el olvido, sin sanción y, lo más grave, sin generar acciones de prevención.
Hoy la indefensión de la niñez es enorme, y la situación se agrava cuando, además, se vive en condición migrante.
En el lugar donde murió Imelda, permanece un pequeño altar en su memoria: flores, decenas de veladoras, peluches, un rosario y una cruz con un epitafio que dice: “Imelda, niña bailarina. 27/08/2025”. Todo, rodeado por la cinta amarilla que días antes delimitó la escena de su muerte.
Eso fue lo que encontró Imelda fuera de su lugar de origen. Muchos otros migrantes —niños, mujeres, hombres y ancianos— no encuentran ni siquiera eso. Quedan en el más absoluto olvido.
La memoria de Imelda no puede quedar reducida a un altar improvisado: debe convertirse en un llamado a la acción para que ninguna niña, ningún niño migrante en Morelos y en México, vuelva a enfrentar la vida —ni mucho menos la muerte— en condiciones de abandono.
* Diputada local presidenta de la Comisión de Atención a Personas Migrantes en el H Congreso del Estado de Morelos.