INFRUCTUOSA LUCHA VS. EL NARCO
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Sábado 9 de septiembre de 2023
Durante casi cinco décadas de ejercicio periodístico he constatado la lucha contra el narcotráfico desplegada a un altísimo costo por casi todos los gobiernos del mundo, con infructuosos resultados. En muchísimos casos se ha tratado de verdaderos ejercicios de hipocresía, pues ha habido gobiernos aliados a los grupos criminales dedicados a esa actividad, hoy por hoy devastadora y en perjuicio de millones de jóvenes. Ese ha sido el caso de México, donde el combate al narco provocó miles, miles y miles de muertes, en ambos bandos: por el lado del crimen organizado y entre las fuerzas de seguridad a las que se encomendó la complicada tarea de enfrentarse a quienes, la mayor parte del tiempo, están mejor armados. Es una prolongada confrontación de pobres contra pobres, la cual no tiene para cuándo acabar.
Este viernes se volvieron a escuchar voces, en Cali, Colombia (la mera cuna de la cocaína), en torno al combate al narcotráfico. Allí, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se reunió con su homólogo de Colombia, Gustavo Petro, previo a su participación en la Conferencia Latinoamericana y del Caribe de Drogas, donde conocerían las conclusiones de dos días de reuniones técnicas y paneles temáticos sobre la problemática mundial y los nuevos enfoques para renovar la “fallida” guerra contra las drogas. Esta conferencia, presuntamente, es el “punto de partida” para una verdadera cumbre en la que mandatarios de todo el mundo construyan una nueva política de drogas tendiente a enfrentar realidades, como son las adicciones y muertes por sobredosis, el narcotráfico o incluso los enfoques ancestrales y tradicionales de algunas plantas como la hoja de coca.
Podrán decir misa los mandatarios en dicha “cumbre” contra las drogas, pero el tráfico no cesará por decreto de las naciones participantes. Como efecto en muchísimos de estos escenarios, se pactarán acuerdos, convenios de colaboración y un sinfín de “estrategias” que, en su momento, resultarán fallidas. Todos los gobiernos han resultado fallidos ante el imperio del crimen organizado en la vertiente del narcotráfico. Desde la década de los años 30, México ha firmado centenares de tratados internacionales en contra del flagelo, sin resolverlo.
Es aquí donde deseo referirme al libro Historia del Narcotráfico en México, cuyo autor es Guillermo Valdés Castellanos, ex director del extinto Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), editado por Aguilar (México, 2013). La obra nos amplía nuestro conocimiento para entender, desde el uso medicinal y recreativo de las drogas, hasta su prohibición en nuestro país; y desde luego las millones de vidas arrebatadas al pueblo mexicano.
Valdés Castellanos indica que la producción y comercialización de estupefacientes no siempre han sido ilegales en México.
Desde finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX algunos productos derivados de la amapola y la cocaína se vendían en las boticas de las ciudades. En internet se puede encontrar la propaganda original de algunos de ellos: Bayer, la farmacéutica alemana, producía el Jarabe Bayer de Heroína, sí de heroína, y lo promocionaba para combatir las enfermedades respiratorias, incluso de los niños.
En los carteles publicitarios de 1912 se leía:
“En la bronquitis, la tos fuerte, faringitis, laringitis, neumonía y demás enfermedades de los órganos respiratorios, el JARABE BAYER DE HEROÍNA (mayúsculas en el original) produce un efecto sorprendente: regula y facilita la actividad de los pulmones, ejerce una acción calmante sobre los nervios excitados de la mucosa laríngea, mejora el estado general.”
Otro producto que tenía un gran éxito era el “vino de coca”, un jarabe elaborado con pequeñas dosis de cocaína, producido primero en Bolivia (el Elixir de Coca) después en Francia (la versión más conocida era el “vino Mariani, para cantantes y deportistas”, producido en botellas de 250 cc, con 16 grados de alcohol. Se promociona y se vende como tónico cardíaco que “cura la depresión, la presión baja, da tono a las cuerdas vocales y fortifica la laringe. Puede tomarse frío o hervido como ponche con manzanilla, eucalipto, cardo santo, wira-wira y limón, para curar resfríos e influenza. Los vendedores lo recomiendan para actividades forzosas, físicas y mentales exigentes, para caminatas, y especialmente cuando se trasnocha”.
Ese vino lo consumían personajes famosos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, incluido el papa León XIII, que envió a Mariani una medalla de oro del Vaticano con una entusiasta “aprobación eclesiástica” de la coca. Algunas crónicas de la época narran que el Papa siempre llevaba un frasquito de vino de coca que le enviaba Mariani en “actitud de cortesía” y también en Estados Unidos, donde había varios fabricantes, uno de los cuales modificó la fórmula (le quitó el vino para que dejara de ser alcohólica y se pudiera vender no sólo a adultos) para convertirla en la actual Coca-Cola.
La oferta de medicinas elaboradas con base en estupefacientes se completaba con pastillas de cocaína y cigarros de marihuana contra el asma.
En el libro pionero sobre narcotráfico en México, El siglo de las drogas, Luis Astorga afirma que esos productos no eran ajenos en nuestro país:
“En el Porfiriato (…) las cantidades de opio importado oscilaron entre casi ochocientos kilos y cerca de doce toneladas, en el periodo que va de 1888 a 1911 (…) El consumo de opio, en forma de láudano y otros compuestos opiados, era legítimo y usual. Los vinos (cordiales) de coca y los cigarrillos de marihuana formaban parte de los productos que se ofrecían normalmente en las farmacias.”
Pero no todo el opio que se consumía era importado de Estados Unidos, Europa y Asia, pues la amapola, la planta de la que se extraen los opiáceos, se producía en Sinaloa. Los registros oficiales de la flora existente en el estado de Sinaloa mencionan en 1886 a la adormidera blanca (amapola) y la marihuana se registra en la flora de Sonora desde 1828.
El famoso vino Mariani y otros tónicos elaborados con base en la cocaína, eran promocionados para “combatir la anemia de señoritas, viejos y niños; contra el raquitismo, la parálisis y la senilidad”. Se afirmaba que su uso provocaba el rejuvenecimiento y prolongaba la vida. Se recomendaba para todas las épocas del año y en todos los climas. Se vendían en farmacias de la Ciudad de México y de Mazatlán, entre otras, y todavía en 1939 aparecía publicidad de alguno de esos productos.
En cuanto a la marihuana, aunque existía el consumo para usos medicinales (había cigarrillos de “cáñamo o indio”, fabricado por Grimault y Cía., para combatir el asma, la tos nerviosa y el insomnio, así como para tratar los dolores reumáticos), su uso estaba más generalizado con fines recreativos. Luis Astorga afirma que la yerba se vendía en los mercados de San Juan y Loreto (muy probablemente también la vendían en muchos otros mercados y no sólo de la Ciudad de México), lo cual indica su presencia amplia y abierta.
Si creemos que la canción “La cucaracha” era un reflejo de lo que ocurría en la realidad, la marihuana era el cigarro de las clases populares, incluyendo a los soldados en la época de la Revolución mexicana.
No obstante que la producción, venta y consumo eran legales, Astorga recoge muchos testimonios de la época contrarios al consumo de los estupefacientes, en concreto del opio y la marihuana. El primero se consumía en fumaderos a los que en un principio asistían chinos y, un poco más tarde, mexicanos de todas las clases sociales; también se hicieron clientes asiduos de esos lugares, en Sinaloa (Culiacán, Mazatlán, Navolato) y las ciudades de Mexicali, Guadalajara, Hermosillo y el Distrito Federal.
Uno de esos testimonios era el del doctor José Olvera, el cual asevera que quien cae en el vicio de la marihuana lo más seguro es que pronto se haga profeso infeliz, que llegue a estúpido o termine en el cadalso. La mariguana enerva, produce alucinaciones halagüeñas, expansión de ánimo, turbulencia que tiende después a la exaltación y al delirio impulsivo […] el delirio que determina la mariguana es turbulento, pero en nuestro país llega al furor, a la impulsión terrible y ciega que conduce al asesinato […] A la verdad no sé cuál sea más repugnante de estos vicios, si el de la mariguana o el de fumar opio en elegantes pipas, sentándose en ricos almohadones a guisa de verdaderos creyentes. Es inconcuso que si se establece esta calamidad y se hace de moda entre los jóvenes calaveras, muchos hombres serán perdidos para la patria y aumentará el número de los degradados agregados al grupo ya considerable de los alcohólicos.
“Juan José Siordia, presidente municipal de Mazatlán, manda publicar un acuerdo en el que pide la cooperación del Jefe de la Guarnición de la plaza para que ‘de una manera especial’ sea perseguido el vicio del opio y castigados severamente los que se dediquen a fumar la nefasta droga, que en general son individuos degenerados pertenecientes a la raza asiática.”
Debe recordarse que los chinos fueron traídos a México para construir el ferrocarril y explotar las minas, primero en Baja California y luego en Sinaloa, durante las últimas décadas del siglo XIX. Ellos trajeron las semillas de la amapola y el conocimiento para cultivarlas y transformar su flor en opio. Lo producían evidentemente para su consumo. No es raro por eso que los primeros y más numerosos fumadores de opio estuvieran en esa entidad.
Sin embargo, este periodo de legalidad pronto terminaría. Al parecer, el consumo de estupefacientes ha ido acompañado siempre por el debate sobre su conveniencia, debido al problema de salud pública que implica la dependencia de sus usuarios. Ya “en 1810, la dinastía Qing, que reinaba en China, emitió un decreto prohibiendo la goma de opio y castigando con la pena de muerte a quienes la vendieran. ‘El opio es un veneno que socava nuestras buenas costumbres y moralidad’, afirmaba la primera ley de prohibición de narcóticos en el mundo moderno”.
En 1884, el efecto anestésico aplicado de la cocaína fue experimentado por el joven Sigmund Freud, que estaba buscando un sustituto de la morfina para curar a los morfinodependientes. Freud se convirtió en un entusiasmado consumidor de cocaína que recomendaba a todos sus amigos, a sus colegas, a sus hermanas y también en las cartas a su novia Martha Bernays, enviándole algunas dosis. Pero al año siguiente se dio cuenta de los daños de la tóxicodependencia de la cocaína cuyo carácter perverso reconoció públicamente.
Basten todos estos dos datos para dejar constancia de que siempre se han consumido estupefacientes, y del debate y desacuerdo sobre las consecuencias de su consumo. Y ahí vienen de nuevo, con otras actitudes hipócritas, en tanto se mantiene la alianza institucional de los cárteles con los gobernantes en turno.