JAPÓN Y EL ORDEN MIGRATORIO: LECCIONES DE UNA SOCIEDAD EN TRANSICIÓN
LA CRÓNICA DE MORELOS
Miércoles 22 de octubre de 2025
E D I T O R I A L
El anuncio realizado este martes por la nueva primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, marca un giro decisivo en la política migratoria del país. Al crear un ministerio dedicado exclusivamente a la deportación de inmigrantes ilegales y a la regulación de la convivencia con la población extranjera, Takaichi, líder de un gobierno conservador, busca instaurar lo que ella misma ha denominado una “sociedad de coexistencia ordenada con extranjeros”.
Esta medida, reportada por la agencia Kyodo News, no solo rechaza explícitamente la entrada de inmigrantes ilegales y de grupos como los islamistas, sino que refleja una respuesta pragmática a los desafíos demográficos y de seguridad que Japón enfrenta en un mundo cada vez más interconectado.
En un contexto donde la natalidad japonesa sigue en declive, esta iniciativa podría ser vista como un equilibrio entre apertura controlada y preservación de la identidad nacional, un modelo que otros países observan con atención. En Japón, la realidad migratoria ha evolucionado rápidamente, pasando de una nación históricamente cerrada a una que acoge mano de obra extranjera para contrarrestar su envejecimiento poblacional.
Según datos del gobierno japonés, la población extranjera alcanzó los 3,8 millones de personas en 2024, un incremento del 10% respecto al año anterior y el récord por tercer año consecutivo. Esta cifra representa alrededor del 3% de la población total, con un enfoque en trabajadores temporales de países como Vietnam y Filipinas. Sin embargo, el aumento ha traído tensiones: informes de crímenes asociados a extranjeros han impulsado demandas de mayor control, como las que ahora lidera la ministra Kimi Onoda.
El nuevo ministerio no solo agilizará deportaciones —que en 2024 superaron las 10.000—, sino que promoverá programas de integración cultural, reconociendo que una inmigración desordenada podría erosionar el tejido social japonés.
A escala global, la migración se ha convertido en un fenómeno masivo e incontrolable, con 304 millones de migrantes internacionales a mediados de 2024, equivalentes al 3,7% de la población mundial, según estimaciones de las Naciones Unidas. De estos, 123,2 millones son desplazados forzados por conflictos, persecuciones y violaciones de derechos humanos, un récord que subraya la urgencia de políticas proactivas.
Regiones como el Sahel africano y Oriente Medio generan flujos masivos, exacerbados por el cambio climático y la inestabilidad geopolítica.
Japón, con su bajo índice de migración neta (0,7 por cada 1.000 habitantes), contrasta con esta vorágine, pero su decisión resalta una verdad incómoda: sin fronteras firmes, la “coexistencia ordenada” es un espejismo, y los costos sociales y económicos —desde sobrecarga en servicios hasta tensiones culturales— se multiplican exponencialmente.
En Europa, el continente que ha lidiado con una de las crisis migratorias más agudas de las últimas décadas, las medidas restrictivas comienzan a mostrar frutos similares a los que busca Takaichi. En 2023, 4,3 millones de personas migraron a la Unión Europea desde países no europeos, un 18% menos que en 2022, pero 2024 vio un pico de cruces irregulares que superaron los 380.000 en la ruta mediterránea. Para 2025, sin embargo, las solicitudes de asilo han caído drásticamente: en mayo se registraron solo 64.000, un declive atribuido a acuerdos con países de origen como Túnez y Libia, y a mayor vigilancia fronteriza.
Países como Italia y Grecia, abrumados por llegadas masivas, han adoptado políticas de deportación acelerada y cuotas estrictas, reduciendo los flujos irregulares en un 25% interanual. Esta estabilización sugiere que el enfoque japonés podría replicarse en el Viejo Continente, priorizando la legalidad sobre la compasión ilimitada.
Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos ofrece un caso paradigmático de cómo la firmeza en la frontera sur ha transformado la dinámica migratoria. En el año fiscal 2025, los encuentros en la frontera con México cayeron a niveles históricos: solo 238.000 migrantes detenidos en los primeros cuatro meses, comparado con más de 2 millones en 2023.
En julio de 2025, las tentativas de cruce irregular se redujeron a 4.600, un 91,8% menos que el año anterior, gracias a políticas de deportación inmediata y cooperación con México. Esta baja no solo alivia la presión sobre recursos locales, sino que ha permitido una reorientación hacia vías legales, con un énfasis en trabajadores calificados.
El ejemplo estadounidense, al igual que el japonés, ilustra que rechazar la inmigración ilegal no equivale a xenofobia, sino a una gestión responsable que protege tanto a los ciudadanos como a los migrantes genuinos.En última instancia, la visión de Takaichi no es un aislado capricho conservador, sino un llamado a la cordura en un mundo donde la migración desbocada amenaza con desestabilizar naciones enteras.
Mientras Europa y Estados Unidos demuestran que las medidas estrictas pueden restaurar el orden sin sacrificar el humanitarismo selectivo, Japón emerge como un faro de equilibrio: abierto a la contribución extranjera, pero inflexible ante el caos. Es hora de que otros gobiernos abandonen la retórica políticamente correcta y adopten enfoques similares; de lo contrario, la “coexistencia” se convertirá en confrontación, y el progreso global en mera utopía.