LA DECADENCIA DE LOS POLÍTICOS MEXICANOS: UN ESPECTÁCULO DE BAJOS INSTINTOS
LA CRÓNICA DE MORELOS
Jueves 28 de agosto de 2025
EDITORIAL
La escena en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, este miércoles 27 de agosto de 2025, no fue más que el reflejo grotesco de la podredumbre que aqueja a la clase política mexicana. Alejandro “Alito” Moreno, líder nacional del PRI, y Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva del Senado por Morena, protagonizaron un enfrentamiento que escaló de reclamos verbales a golpes y empujones, justo al concluir la sesión con el Himno Nacional de fondo. El detonante: Moreno reclamó no haber recibido la palabra para un posicionamiento final, lo que Noroña negó, cerrando la discusión de manera abrupta. Este altercado, captado en videos virales que circularon por redes sociales, no solo expuso la falta de control y civilidad en el recinto legislativo, sino que simboliza la decadencia generalizada de una élite política que prioriza el ego y la confrontación sobre el servicio público.
La trifulca no se limitó a un duelo entre dos figuras; se convirtió en un caos colectivo con manotazos de otros personajes involucrados, como el diputado priista Carlos Gutiérrez Mancilla, quien jaloneó y golpeó a Noroña, y Eruviel Alonso, que se sumó al desorden. Mientras tanto, legisladores como Dolores Padierna y Jorge Carlos Ramírez Marín intentaron mediar, pero el ambiente de insultos previos —con acusaciones de “narcopolíticos”, “traidores a la patria” y “narcosatánicos” durante el debate sobre la reforma judicial y la intervención extranjera— ya había envenenado el salón.
Este episodio, ocurrido en la última sesión bajo la presidencia de Noroña en la Permanente, culmina una gestión marcada por tensiones constantes y polarización extrema, donde el diálogo se sustituye por el griterío y la agresión física. Es el colmo de una presidencia conflictiva que deja al Senado sumido en el descrédito.
Aún más bochornoso fue el rol del empleado Emiliano González, colaborador cercano de Noroña y responsable de redes sociales en la Mesa Directiva, quien intervino para separar a los contendientes sosteniendo una cámara. Videos muestran cómo Moreno lo derribó al suelo, lo pateó y amenazó mientras yacía indefenso, resultando en presuntas lesiones que lo obligaron a aparecer ante los medios con un collarín cervical y una férula en el brazo derecho —posiblemente un vendaje o inmovilizador para una fractura o esguince—. Aunque algunos sectores opositores han insinuado que se trata de un montaje para victimizarse, las imágenes en primera persona captadas por el propio González desmienten tal hipótesis, revelando la brutalidad del ataque. Noroña y su equipo anunciaron denuncias penales contra los agresores, pero este incidente subraya cómo la violencia se extiende incluso a personal no combatiente, degradando el Congreso a un ring de boxeo en lugar de un foro deliberativo.
Este enfrentamiento no es un hecho aislado, sino la culminación de una presidencia de Noroña en el Senado y la Permanente caracterizada por provocaciones constantes, burlas y un estilo confrontacional que ha polarizado aún más al legislativo. Bajo su mando, sesiones han derivado en gritos de “uy” burlones, acusaciones de corrupción y defensas acaloradas de la 4T, mientras la oposición responde con igual vehemencia. La gestión de Noroña, que se perfila para concluir en ignominia, ha fallado en fomentar el debate constructivo, optando por un populismo agresivo que erosiona la institucionalidad. Al final de su período, el Senado emerge debilitado, con una imagen de desorden que aleja a la ciudadanía de la política y refuerza la percepción de que los legisladores son más actores de reality show que representantes del pueblo.
En última instancia, la decadencia de los políticos mexicanos se evidencia en cómo figuras como Moreno y Noroña, en lugar de legislar por el bien común, recurren a la fuerza bruta para resolver disputas menores. Este episodio en la Comisión Permanente es un llamado de atención: la política mexicana ha tocado fondo cuando senadores resuelven con puños lo que debería dirimirse con argumentos. La sociedad merece representantes maduros, no gladiadores. Si no se imponen sanciones severas —desde expulsiones hasta procesos penales— y no se reforma el entorno para promover el respeto, el Congreso seguirá siendo un circo que socava la democracia. Es hora de que la ciudadanía exija un cambio profundo, porque esta ignominia no puede ser el legado de una generación de líderes fallidos.