LA DEGRADACIÓN POLÍTICA EN MÉXICO: UN CAMINO HACIA EL ABISMO
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 26 de junio de 2025
La escena en el Senado de la República este miércoles, donde la senadora Lilly Téllez usó un megáfono para protestar contra el nombramiento de Juan Antonio Ferrer como embajador ante la UNESCO, y legisladoras de Morena y el PT cortaron el cable del dispositivo con tijeras, es un síntoma alarmante de la degradación política en México.
Esta degradación se manifiesta en la incapacidad de los actores políticos para dialogar, negociar y resolver diferencias mediante el debate racional, optando en cambio por la confrontación, el espectáculo y la violencia simbólica.
La acción de silenciar a Téllez no solo vulnera el derecho a la libre expresión en un espacio que debería ser el bastión de la deliberación democrática, sino que también evidencia una polarización que sustituye argumentos por agresiones. Este incidente, lejos de ser aislado, refleja un sistema político donde la intolerancia y la imposición se han normalizado, erosionando los principios de pluralidad y respeto.
La ironía no pasa desapercibida: Gerardo Fernández Noroña, actual presidente de la Mesa Directiva, ha utilizado megáfonos en el pasado para hacerse escuchar sin que nadie lo despojara de ellos. Esta doble vara resalta la hipocresía en el ejercicio del poder, donde las reglas parecen aplicarse selectivamente según la filiación política.
La degradación política no solo se observa en los forcejeos físicos, como el arrebato del megáfono, sino en la falta de coherencia y principios éticos que deberían guiar el comportamiento de los legisladores. Cuando el precedente de tolerancia hacia unos se convierte en censura hacia otros, se debilita la legitimidad de las instituciones, alimentando el descrédito ciudadano hacia la política. Este ambiente de confrontación constante, donde el adversario es tratado como enemigo, no solo entorpece la labor legislativa, sino que siembra un precedente peligroso para la convivencia democrática.
Estos forcejeos, aunque hoy se limitan a actos como cortar cables o gritar consignas, tienen el potencial de escalar hacia consecuencias más graves. La historia nos enseña que la polarización extrema y la incapacidad de resolver conflictos mediante el diálogo pueden derivar en violencia física o en la ruptura total del orden institucional.
En un país con una democracia aún frágil, donde la confianza en las instituciones ya está resquebrajada, estos episodios no son meros espectáculos, sino señales de un sistema al borde del colapso. Si los legisladores, quienes deberían ser ejemplo de civilidad, recurren a tácticas de intimidación, ¿qué mensaje se envía a la sociedad? La normalización de estas prácticas puede incitar a sectores más amplios a resolver disputas con agresiones, desatando un ciclo de violencia que México no puede permitirse. Esto ya sucede en la mayor parte del país.
La degradación política no es solo un problema de formas, sino de fondo. La incapacidad de construir consensos, el desprecio por las reglas democráticas y la priorización de intereses partidistas sobre el bien común son el caldo de cultivo para un futuro incierto. Si no se detiene esta espiral de confrontación, los forcejeos en el Senado podrían ser solo el preludio de conflictos mayores.
Es urgente que los actores políticos recuperen la mesura, el respeto y el compromiso con el diálogo. De lo contrario, México seguirá deslizándose hacia un abismo donde la política, en lugar de ser una herramienta para resolver problemas, se convertirá en el origen de una crisis aún más profunda. La democracia no puede sobrevivir en un escenario donde el megáfono se silencia con tijeras, y la razón, con la fuerza.