La deuda que ahoga a Cuernavaca: ¿Pagadores responsables o ciudadanos olvidados por la inversión?
En una sesión de Cabildo que se tornó en un clamor colectivo, decenas de habitantes de colonias como Lomas del Valle y Santa María Ahuacatitlán irrumpieron este miércoles 10 de diciembre en el antiguo Ayuntamiento de Cuernavaca. Con pancartas en mano y voces cargadas de frustración, exigieron un cambio radical en el Presupuesto de Egresos 2026: elevar la inversión en obras y servicios básicos del mísero 11.21 por ciento actual —equivalente a unos 240 millones de pesos— hasta el 30 por ciento, lo que inyectaría cerca de 645 millones más a la maltrecha infraestructura urbana. “Es una burla”, gritaron, mientras el alcalde José Luis Urióstegui Salgado y su cabildo observaban en silencio.
Esta escena no es un aislado estallido de ira, sino el reflejo de una ciudad que se desmorona bajo el peso de su propio abandono: calles agrietadas, drenajes colapsados y un suministro de agua que parece un lujo intermitente.
El presupuesto total para 2026 asciende a 2 mil 149 millones 428 mil 125 pesos, un incremento modesto de 189 millones respecto al ejercicio anterior, según el propio anuncio municipal. De esa suma, solo el 11.21 por ciento se destina a lo que realmente toca la vida cotidiana de los cuernavacenses: pavimentación, alumbrado público, parques y mantenimiento de servicios esenciales. El resto se reparte en rubros como nóminas, deudas y operaciones administrativas.
Los ciudadanos, organizados en colectivos vecinales, argumentan que este porcentaje es insuficiente para atender rezagos históricos agravados por años de gobiernos ineficientes.
Imaginen: en una capital morelense que presume de ser la “Ciudad de la Eterna Primavera”, las lluvias convierten avenidas en ríos de lodo, y el calor del verano expone la obsolescencia de un sistema hidráulico heredado de décadas pasadas. La demanda no es caprichosa; es un grito por dignidad urbana.
¿Por qué esta parquedad presupuestal? La respuesta oficial apunta a un logro que, en papel, luce heroico: la reducción de la deuda histórica del municipio. Cuando Urióstegui asumió en 2022, heredó un pasivo de mil 46 millones de pesos, un yugo financiero que asfixiaba cualquier iniciativa. Hoy, para su tercer informe, la cifra ha mermado a solo 224 millones, gracias a pagos agresivos: 222 millones liquidados a bancos —un hito que deja a Cuernavaca sin deuda crediticia por primera vez en lustros—, más 360 millones cubiertos ante el SAT y laudos laborales. En 2024 solo, se destinaron 321 millones a estos adeudos fiscales. El alcalde se proyecta como un administrador austero, un “buen pagador” que saneó las finanzas para un futuro próspero. Pero, ¿a qué costo? Ese enfoque en el desendeudamiento ha priorizado el saldo bancario sobre el bienestar colectivo, relegando la inversión pública a un segundo plano.
Esta estrategia de contención fiscal no es nueva en Cuernavaca, pero en el contexto de 2026 adquiere tintes controvertidos. Mientras el cabildo aprobó el presupuesto por mayoría simple —con votos divididos y críticas de regidores opositores que cuestionaron la opacidad en la distribución—, los recursos para infraestructura rondan los 330 millones en total, incluyendo fondos estatales. Es decir, el grueso del dinero municipal se va en pensiones (más de 400 millones) y operaciones corrientes, dejando las obras como un apéndice.
Los defensores de la administración argumentan que esta disciplina ha estabilizado las finanzas, permitiendo atraer más recursos federales y estatales en el futuro. Sin embargo, para los vecinos que asistieron al cabildo, esto huele a excusa: “¿De qué sirve una deuda baja si la ciudad sigue en ruinas?”, preguntan.
Y tienen razón; el saneamiento financiero no llena baches ni ilumina noches oscuras. Los habitantes de Cuernavaca enfrentan una problemática grave, casi paradójica: un ayuntamiento que se vanagloria de su responsabilidad fiscal, pero que condena a su urbe a la inercia.
Esta administración, que en 2025 ya ha invertido 240 millones en obras —un récord relativo, según boletines oficiales—, parece atrapada en un ciclo vicioso donde pagar el pasado impide construir el presente. Las demandas vecinales no son solo por más dinero, sino por transparencia: ¿por qué no se detalla cómo se licitan esas obras? ¿Cuánto de ese 11.21 por ciento llega realmente a las colonias marginadas?
La sesión del cabildo, grabada y viral en redes, expuso la desconexión: autoridades que aplauden su “estabilidad” mientras la ciudadanía clama por acción tangible. Si el 30 por ciento propuesto se materializara, Cuernavaca podría renacer con proyectos hidráulicos integrales y movilidad sostenible, pero el statu quo privilegia el balance contable sobre el pulso de la calle.
En última instancia, esta pugna presupuestal trasciende números y se convierte en una cuestión de prioridades éticas. Cuernavaca, joya morelense con un potencial turístico inigualable, no puede permitirse ser un trofeo de austeridad. Los regidores y el alcalde deben escuchar: reducir deudas es loable, pero invertir en la gente es imperativo. De lo contrario, el “manejo responsable” se leerá como negligencia histórica en los libros de mañana.
Los cuernavacenses, con su presencia en el cabildo, han encendido la mecha; ahora, toca a las autoridades avivar la llama de un cambio real. ¿O seguiremos aplaudiendo saldos limpios en medio de una ciudad que se apaga?

