LA FORMACIÓN DE UN CRIMINAL EN MÉXICO
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 10 de octubre de 2025
En este artículo me referiré a una investigación titulada “El crimen como oficio: una interpretación del aprendizaje del delito en Colombia”, que nos ayudará a comprender todavía más las causas por las cuales miles de jóvenes mexicanos engrosan las filas del crimen organizado. Sus autores son Isaac de León Beltrán y Eduardo Salcedo Albarán, miembros de la Fundación Método, un grupo multidisciplinario de investigación en ciencias sociales que ha asesorado al gobierno de dicho país centroamericano en la lucha contra las drogas y la delincuencia organizada.
La información aplica, por donde se le observe, a los vaivenes en la seguridad pública de México, acentuándose sobre diversas regiones afectadas por el flagelo de la delincuencia organizada en todas sus vertientes. En los últimos meses de 2025, por ejemplo, Morelos ha registrado un repunte alarmante en ejecuciones de jóvenes: en agosto, tres cuerpos sin vida fueron abandonados en Temixco, sumando 46 homicidios dolosos en el estado para ese mes; en septiembre, dos jóvenes de unos 25 años fueron acribillados en Jiutepec; y apenas esta semana, en octubre, tres más fueron ejecutados y arrojados en el Cañón de Lobos, a un lado de la carretera Cuernavaca-Cuautla. Estos casos, que involucran a víctimas de entre 17 y 25 años, ilustran la crudeza de un ciclo que no da tregua.
El trabajo supone que el delito puede ser entendido como una actividad que exige cierta comprobación o experiencia. El crimen requiere una compleja y extensa preparación, lo cual va en contra de la creencia de que cualquier persona, en cualquier momento de su vida, puede delinquir aun cuando no posea las actitudes o la preparación necesaria para hacerlo.
Abarca la necesidad de poseer un componente cognitivo, un componente volitivo y un componente de control emotivo para delinquir. Ejecutar un crimen no es algo que depende únicamente de decisiones impulsivas, sino también de los componentes mencionados, aprendidos durante un proceso de formación. Actualizaciones en el contexto mexicano refuerzan esta idea: organizaciones como Reinserta estiman que al menos 250 mil menores están en riesgo de reclutamiento por bandas criminales, con un promedio de inicio en la captación que ha bajado drásticamente a entre 9 y 11 años de edad. Esto representa un cambio alarmante respecto a datos previos, donde el umbral rondaba los 16-17 años, y se ve agravado por tácticas como la propaganda digital y el reclutamiento forzado en estados como Baja California, uno de los 15 con mayor incidencia.
¿Saben ustedes cuál es el promedio de edad al momento en que un sujeto empieza a ser capacitado por criminales organizados? Entre 16 y 17 años, lo que tiene estrecha relación con las decenas de adolescentes (algunos eran casi niños) y jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 17 y 21 años, ejecutados en Morelos y otras entidades. Pero los datos de 2025 pintan un panorama aún más sombrío: en Sinaloa, por ejemplo, la guerra interna del Cártel ha impulsado el uso de redes sociales para manipular y reclutar a adolescentes, dejando familias destrozadas y un “nuevo rostro” al crimen que prioriza la vulnerabilidad juvenil.
La comisión de un delito requiere la conjunción de tres factores: 1) el componente volitivo, es decir, querer delinquir; 2) el componente cognitivo, que se refiere a los conocimientos técnicos que prescriben el procedimiento necesario para la ejecución exitosa del delito; y 3) el componente de control emotivo, es decir, la capacidad para regular las emociones en momentos álgidos de la ejecución del delito. La conjunción de los tres aumenta la probabilidad de un crimen exitoso. Por lo tanto, un mal delincuente carece de alguno de dichos componentes, o posee uno en proporción inadecuada. Lo anterior significa que solo aquellos criminales especializados que logran adquirir amplio conocimiento, por ejemplo respecto a los procedimientos de robo, están cognitivamente capacitados para desempeñar un papel importante dentro de una banda que intenta acciones de esta clase.
En concreto: los grandes capos, algún día, fueron adolescentes. Y en México, como lo demuestran reportes recientes, esa “formación” comienza cada vez más temprano, explotando condiciones de pobreza y falta de oportunidades para ensanchar las filas de los cárteles.
Mientras tanto, en Colombia —donde surgió el estudio original— el crimen organizado ha mutado hacia modelos en red más dispersos, con grupos que reclutan y capacitan de manera similar, según informes actualizados de 2025.
La lección es clara: sin intervenciones tempranas en educación y oportunidades, el “oficio” del crimen seguirá robando infancias en ambos lados de la frontera.