LA FORMACIÓN DE UN DELINCUENTE: ¿QUÉ ELEMENTOS INTERVIENEN?
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 4 de diciembre de 2025
Hoy retomaré mi columna del 2 de septiembre de 2019, en la que me aparté de los temas políticos de Morelos para referirme a la investigación “El crimen como oficio: una interpretación del aprendizaje del delito en Colombia”, de Isaac de León Beltrán y Eduardo Salcedo Albarán, miembros de la Fundación Método. Seis años después, aquel trabajo sigue plenamente vigente y se aplica con mayor crudeza a la realidad mexicana, especialmente en regiones afectadas por la delincuencia organizada como Morelos. Nuestra entidad no es ninguna ínsula y, a lo largo de varias décadas, siempre ha presentado vaivenes en la incidencia delictiva.
Dicho estudio plantea que el delito es una actividad que exige preparación y experiencia. Contrario a la creencia popular, no cualquiera delinque en todo momento: se requiere un componente cognitivo (conocimientos técnicos para ejecutar el delito con éxito), un componente volitivo (querer delinquir) y un componente de control emotivo (regular las emociones en situaciones de alto riesgo). La conjunción de los tres factores aumenta la probabilidad de un crimen exitoso; quien carece de alguno o lo tiene desbalanceado suele ser un mal delincuente. En otras palabras, los criminales especializados —y los grandes capos— fueron alguna vez adolescentes que recibieron una formación sistemática.
En 2019 cité que el promedio de edad para iniciar esa capacitación era de 16 a 17 años, dato que explicaba las decenas de adolescentes y jóvenes de 17 a 21 años ejecutados en Morelos. Hoy el panorama es mucho más grave: el reclutamiento se ha intensificado y la edad ha descendido de manera alarmante. Organizaciones como Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), Reinserta y Tejiendo Redes Infancia estiman que cada año son reclutados entre 35 mil y 45 mil menores de edad, con un universo de riesgo que va de 145 mil a 250 mil niñas, niños y adolescentes. El rango de inicio ya no está en los 16-17 años, sino entre los 10 y 12 años, con mayor concentración entre los 14 y 15 años para tareas de halconeo, mensajería y venta de droga.
Las formas de captación han evolucionado: redes sociales (sobre todo TikTok), videojuegos como Free Fire o Fortnite, ofertas falsas de empleo (vigilante, mesero, repartidor) y amenazas directas a las familias. El resultado es visible en el aumento del 27.1 por ciento de adolescentes imputados entre 2022 y 2023, en el 75 por ciento de incremento de desapariciones de jóvenes de 15 a 19 años durante 2025 y en la reducción de 1.1 millones de personas en esa franja etaria entre 2023 y 2025, producto de muerte, reclutamiento forzado o migración.
Las zonas más criminógenas siguen siendo las mismas y algunas han empeorado. La Secretaría de Gobernación y REDIM identifican como los estados de mayor riesgo a Baja California, Colima, Ciudad de México, Estado de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Tamaulipas y Zacatecas, entre otros. Nuestra entidad sigue apareciendo en los primeros lugares por tráfico de estupefacientes, marginación en municipios como Cuernavaca, Jiutepec y Emiliano Zapata, y por la presencia consolidación de células del CJNG y otros grupos. En alcaldías como Iztapalapa y Tláhuac, o en municipios mexiquenses como Ecatepec y Nezahualcóyotl, la presencia del crimen organizado es ya parte del paisaje cotidiano.
Pese a los 698 mil millones de pesos invertidos en becas de 2019 a 2025, el reclutamiento no se ha detenido. México sigue sin tipificar de manera autónoma el delito de reclutamiento de menores por la delincuencia organizada, lo que impide protegerlos como víctimas y ofrecerles rutas reales de desvinculación y reinserción. La ONU lo ha exigido desde 2011; en 2025 REDIM volvió a denunciarlo ante la CIDH. Mientras tanto, los niños y adolescentes captados son tratados como delincuentes, no como víctimas, y el ciclo se perpetúa.
Los grandes capos de hoy fueron adolescentes ayer. Los de mañana están siendo reclutados hoy, muchos de ellos cuando apenas empiezan la secundaria. Morelos y el resto de las zonas criminógenas claman por prevención estructural: educación de calidad, empleo digno y, sobre todo, tipificación del delito. Sin eso, el crimen como oficio seguirá devorando generaciones enteras. ¿Cuántos niños más tenemos que perder para reaccionar?
