LA GOBERNADORA ELECTA Y EL GABINETE
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 10 de junio de 2024
Margarita González Saravia es desde ayer, domingo 9 de junio de la presente anualidad, gobernadora electa de Morelos, luego de que el Instituto Morelense de Procesos Electorales y Participación Ciudadana (Impepac) le entregó su constancia de mayoría. Asimismo, la votación a su favor, el pasado 2 del mes en curso, la convertirá en gobernadora constitucional a partir del primer minuto del próximo 1 de octubre. Pasará a la historia como la primera mujer en alcanzar la titularidad del Poder Ejecutivo morelense. Como se sabe, fue candidata de la coalición Sigamos Haciendo Historia, integrada por Morena-PT-MAS-PES-PNA-PES. Varios de esos institutos políticos perderán su registro, pero a eso me referiré en otra columna.
El viernes de la semana anterior, la hoy gobernadora electa asistió a la conmemoración del Día de la Libertad de Expresión organizada por la Asociación de Periodistas y Comunicadores de Morelos (APECOMOR), presidida por Teodoro Rentería Villa. Antes de la ceremonia, Margarita González Saravia fue entrevistada y anunció que, una vez recibida la constancia de mayoría, comenzará a estructurar el gabinete legal de gobierno y probablemente el ampliado. A esto quiero referirme hoy: a la difícil tarea de elegir funcionarios adecuados de primero y segundo nivel.
LA NATURALEZA DE LA CONFIANZA
Muchas veces me he referido al libro “Perfil del hombre y la cultura en México”, del insigne antropólogo Samuel Ramos (1897-1959), editado en 1962 por Espasa Calpe. Ahí se describe magistralmente el factor cultural predominante en el estilo político mexicano: la naturaleza de la confianza entre la sociedad. Ramos indicó que “el aspecto más notorio del carácter mexicano es, a primera vista, la desconfianza”. Indicó que “esta actitud subyace en todos los contactos con hombres y cosas. Está presente haya o no motivo para la misma. Es más bien un asunto de desconfianza irracional que surge de lo profundo de su ser. El mexicano no desconfía de cualquier hombre o mujer en particular; desconfía de todos los hombres y de todas las mujeres”.
Siempre me ha parecido que una de las debilidades de un gobernante mexicano (y limitación a su capacidad para lograr la gobernanza) es la imposibilidad de conocer personalmente a un número suficiente de individuos capaces de ocupar las posiciones relevantes del gobierno. Identificar a personas que sean candidatos potenciales para esas posiciones es de mucho valor en un sistema político (como el mexicano) en que el reclutamiento es limitado. Observen el tipo de administración de López Obrador a nivel nacional, con 90 por ciento de lealtad y 10 por ciento de capacidad, y me darán la razón. Eso jamás llegará a ser paradigmático, pues ha sido un rotundo fracaso.
El politólogo y articulista norteamericano William Tuohy (1929-2009) escribió a mediados de los setenta un ensayo titulado “La conducta centralista de las élites en México”, donde proporciona información sobre este aspecto del sistema político, cuando dice que “el proceso de reclutamiento es muy competitivo, personalista, con frecuencia impredecible, y obliga a un continuo cambio de trabajo en un contexto social de gran limitación económica. Por lo tanto, además de la posibilidad de que los mexicanos aprendan a ser desconfiados desde niños (la socialización básica), existe la probabilidad de que ésta sea una respuesta racional a las situaciones en que por lo común participan los políticos”.
Como consecuencia de la importancia que se concede a la confianza, la falta de seguridad en el trabajo y la imposibilidad física de conocer a un número suficiente de sujetos para que ocupen las posiciones políticas de alto nivel, los líderes políticos mexicanos han tenido que desarrollar cierto proceso para nombrar a personas en las que podrán confiar personalmente: nepotismo, personalismo y cooptación.
La mayoría de gobernadores que ha tenido Morelos sucumbió ante el personalismo, la desconfianza y la falta de criterio para designar a los miembros de sus gabinetes legales y ampliados, así como a un número indeterminado de mandos medios. Pero hubo una excepción en la figura de Lauro Ortega Martínez (sexenio 1982-1988), a quien siempre pondré como ejemplo de apertura y oxigenación frecuente en toda la estructura de la administración pública estatal. Sin lugar a dudas, ello, entre otros factores, le sirvió para trascender históricamente.
Abrir el gobierno para no cometer los errores del pasado. Esa es la cuestión.
En este sentido, Margarita González Saravia posee una fortaleza: conoce a un número importante de profesionales morelenses, en diferentes disciplinas, muchos de ellos egresados de la UAEM, quienes le ayudarán en la complicada acción de gobernar. Pero insisto: su éxito en los dos primeros años de administración dependerá de la apertura del gobierno. La cerrazón provocará un prematuro desgaste.
La futura gobernadora constitucional deberá volver a demostrar su reconocida personalidad libre de prejuicios, desde luego sin torcer los ideales de no robar, no mentir y no traicionar, y evitando hasta donde le sea posible el pago de facturas políticas, porque… vaya que tendrá presiones desde la cúpula de Morena, la presidencia de la República y diferentes esferas del gobierno federal para conceder canonjías. Más pronto de lo que ella imagina se le aparecerán personajes que se sienten merecedores de todo.