LA NARCOCULTURA EN MÉXICO: UN REFLEJO COMPLEJO EN EL INCIDENTE DE TEXCOCO
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 14 de abril de 2025
La narcocultura en México es un fenómeno profundamente arraigado que trasciende el ámbito del entretenimiento para convertirse en un espejo de las contradicciones sociales del país. A través de la música, el cine, la moda y hasta las redes sociales, esta subcultura glorifica figuras y estilos de vida ligados al crimen organizado, atrayendo a millones que ven en ella una narrativa de poder, rebeldía o simplemente una realidad inescapable. Los corridos, en particular, han evolucionado de ser crónicas populares a himnos que, en muchos casos, enaltecen la violencia y el narcotráfico. Este contexto no es solo un telón de fondo, sino un protagonista en eventos como el ocurrido en la Feria Internacional del Caballo en Texcoco el pasado 11 de abril de 2025, donde la música y las expectativas del público chocaron con las restricciones legales y las decisiones artísticas.
La noche del viernes en Texcoco, el cantante Luis R. Conriquez, conocido por sus corridos bélicos, se presentó en el palenque de la feria ante una audiencia expectante. Sin embargo, el concierto tomó un giro inesperado cuando anunció que no interpretaría narcocorridos, optando por canciones románticas en cumplimiento de las disposiciones del gobierno del Estado de México, que buscan frenar la apología del delito en eventos públicos. La reacción del público fue inmediata y violenta: abucheos, botellas de cerveza lanzadas al escenario y destrozos a instrumentos musicales y equipo de sonido. La frustración de los asistentes, que habían pagado para escuchar los temas que asocian con Conriquez, escaló hasta obligar la suspensión del evento y el desalojo del recinto, dejando tras de sí un escenario de caos y una pregunta latente: ¿hasta dónde llega la influencia de la narcocultura en la identidad de sus seguidores?
Este incidente pone en evidencia la tensión entre las políticas públicas y las demandas de una audiencia que ha normalizado los mensajes de los narcocorridos como parte de su experiencia cultural. Las autoridades mexiquenses, respaldadas por iniciativas como el concurso “México Canta” impulsado por la presidenta Claudia Sheinbaum, buscan promover música con valores positivos y desincentivar la glorificación de la violencia. Sin embargo, la reacción en Texcoco sugiere que estas medidas chocan con una realidad donde los corridos no son solo entretenimiento, sino una forma de expresión que conecta con las vivencias, aspiraciones o descontentos de muchos. La violencia desatada no solo refleja el enojo por un concierto truncado, sino el arraigo de una narrativa que, para bien o para mal, ha moldeado identidades y expectativas en amplios sectores de la sociedad mexicana.
El desafío que deja el episodio de Texcoco es cómo abordar la narcocultura sin caer en la censura simplista o ignorar su complejidad. Prohibir narcocorridos puede parecer una solución directa, pero no ataca las raíces de su popularidad: la desigualdad, la falta de oportunidades y la fascinación por historias de ascenso en contextos adversos. Mientras las autoridades refuerzan la seguridad en la Feria del Caballo y artistas como Conriquez anuncian ajustes en sus repertorios, queda claro que la narcocultura no desaparecerá con decretos. Es un fenómeno que exige un diálogo más amplio, uno que reconozca su impacto sin estigmatizar a sus consumidores, y que fomente alternativas culturales sin desoír las voces de quienes encuentran en los corridos un eco de su realidad. Texcoco no es solo un incidente aislado; es un recordatorio de que la música, en México, nunca ha sido solo música.