LA REVOCACIÓN DE 2027: ¿VOTO DE CONFIANZA O TRUCO PARA EL DOMINIO DE MORENA?
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 11 de noviembre de 2025
En medio de un 2025 cargado de reformas controvertidas, la presidenta Claudia Sheinbaum ha dado su aval a una iniciativa que huele a jugada maestra electoral: adelantar su revocación de mandato al 2027, justo en el día de las elecciones intermedias. Propuesta por el diputado Alfonso Ramírez Cuéllar, morenista de hueso colorado, esta movida busca sincronizar la consulta popular con la votación para diputados, gobernadores y, posiblemente, jueces electos.
Sheinbaum la califica de “buena propuesta”, argumentando ahorros logísticos y mayor participación, pero en el fondo resuena como un eco de las tácticas que catapultaron a Morena al poder en 2018 y 2024. ¿Es esto democracia directa o un plebiscito disfrazado para inflar la maquinaria guinda?
Recordemos que la revocación de mandato, nacida de la reforma constitucional de 2019 bajo AMLO, prometía ser un candado ciudadano contra el autoritarismo. En teoría, permite destituir al presidente por “pérdida de confianza” en su cuarto año de gobierno. Pero en la práctica, con Sheinbaum, se transforma en un escenario donde su foto aparecerá en boletas junto a las de candidatos de Morena, generando una exposición masiva y gratuita que el artículo 134 de la Constitución busca evitar.
Críticos como Rubén Moreira, disidente morenista, advierten que esto violaría la equidad electoral, convirtiendo un ejercicio de rendición de cuentas en un mitin masivo para posicionar a la 4T ante las mega-elecciones de 2027.
No es la primera vez que vemos este guion. En abril de 2022, la revocación de AMLO se presentó como un referéndum de legitimidad, pero con una participación raquítica del 17.74 por ciento —por debajo del 40 requerido para ser vinculante—, se volvió un triunfo simbólico: 61 por ciento votó por que siguiera, revitalizando su imagen y arrastrando votos para Morena en las urnas de ese año.
Hoy, con Sheinbaum al mando, la fórmula se repite: un “no” mayoritario no solo la ratificaría, sino que movilizaría a la base leal, inflando el apagón selectivo y ahogando a la oposición en un mar de boletas compartidas. Es como si el INE se convirtiera en un cartel publicitario involuntario para la Cuarta Transformación.
La oposición no se queda callada. PAN y PRI claman que esta “superelección” choca con los planes de reforma electoral de Morena, que buscan debilitar al árbitro electoral, y la ven como un asalto a la pluralidad.
Analistas independientes, desde El Financiero hasta El País, la describen como un impulso para la imagen presidencial, donde el desgaste por reformas judiciales se disimula con un voto de confianza masivo. Incluso dentro de Morena hay pausas: el debate se pospone, como si el partido midiera el terreno antes de soltar el golpe. ¿Y si la baja participación, como en 2022, la deja en un limbo no vinculante?
Para los guindas, bastaría el simbolismo para declarar victoria moral y culpar al “conservadurismo” del INE. Al final, esta revocación adelantada no es solo sobre Sheinbaum; es sobre el futuro de la democracia mexicana. Si Morena logra su “superelección” en 2027, consolidará mayorías que podrían eternizar su hegemonía, erosionando los contrapesos que tanto costó construir. La ciudadanía merece herramientas reales de control, no plebiscitos que sirvan de escalera para el poder. Es hora de que el Congreso, y no solo los leales a Palacio, decida si esto es avance o retroceso. De lo contrario, la revocación pasará a la historia no como espada de Damocles, sino como el último truco de un ilusionista que ya ganó el espectáculo.
