LA SANGRE CALIENTE DE LOS MORELENSES
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Sábado 18 de mayo de 2024
En la primera mitad de la década de los años setenta, coincidiendo con el inicio de mi carrera periodística, los ciudadanos morelenses, particularmente los de Cuautla y municipios aledaños, vivían a diario con el “Jesús” en la boca, debido a que ciertos municipios se caracterizaban por la cultura de la violencia, quizás no a la manera del vecino estado de Guerrero, pero aquí ya teníamos “lo nuestro”.
Conocí a Jaime Morales Guillén, uno de mis tres más grandes maestros (los otros dos fueron Salvador “El Papi” González Ruz y don Lauro Ortega, gobernador en el sexenio 1982-1988), en 1973, previo al surgimiento del programa Línea Caliente. Debido a la prevalencia de la cultura de la violencia y al hecho de que los habitantes de municipios como Zacualpan de Amilpas, Tepalcingo, Jonacatepec y Axochiapan, por citar solo cuatro localidades, se mataban simplemente por “quítame estas pajas”, don Jaime recomendaba a las autoridades ministeriales y a las de prevención de los delitos la aplicación de programas de despistolización.
Sin embargo, a la cultura de la violencia se le sumó la cultura de las armas. Y años después la cultura del narco. Asimismo, llegó la cultura de la ilegalidad y la impunidad, junto con una gigantesca ola de corrupción en los tres órdenes de gobierno.
Al cabo de varios lustros la problemática presentó altibajos, mientras la delincuencia organizada se infiltraba en las instituciones encargadas de la prevención del delito y la procuración de justicia. El narcotráfico, básicamente, erigió una estructura de control sobre muchas comunidades, paralela a la del gobierno en sus tres órdenes (federal, estatal y municipal). Fue así como la cultura de la violencia a nivel “doméstico” cambió y se tornó bestial, como la hemos constatado en años recientes.
Según Johan Galtung, sociólogo noruego experto en conflictos sociales, la violencia es como un iceberg. Es decir, la parte visible es mucho más pequeña que las inobservables. Tipifica tres tipos de violencia: la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural. La directa es visible y se concreta con comportamientos, respondiendo a actos de violencia. La estructural (“la peor”, dice Galtung) se centra en el conjunto de estructuras que impiden la satisfacción de las necesidades y se concreta en la negación de las mismas necesidades. Y la cultural, que crea un marco legitimador de la violencia y se concreta en actitudes. Esto es lo peor que nos pudiese suceder, gentiles lectores.
¿Estamos, pues, inmersos en una cultura de violencia, entendiéndola como la respuesta violenta a los conflictos? En el caso concreto de los morelenses ¿la vemos como algo natural, normal e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas que nos encontramos a diario? Desde mi particular punto de vista respondo con un rotundo sí. A lo largo de 52 años de carrera periodística he visto la evolución de la violencia en mi entidad natal. Diez gobernadores (tres en el sexenio de pesadilla 1994-2000) y ninguno ha podido controlar por completo la violencia, mucho menos evitar la cultura de la violencia.
Para Lolita Bosch, escritora mexicano-catalana radicada en Barcelona (España), el narcotráfico, unas autoridades y unos políticos impunes y una corrupción desmedida son la causa de la violencia que aún azota a México. Para ella, “la violencia es histórica si se entiende como estrechamente vinculada con el Partido Revolucionario Institucional en el poder, y es estructural en el sentido de que ha corrompido todos los niveles de la sociedad.” Agrega, además, que la violencia está vinculada con la política, su amparo, su venta y su protección. Asegura que “al derrumbarse el régimen de control priísta, la violencia estalla en México igual que en Irak la violencia estalla al derrumbarse el control autoritario.” Cree que México siempre será violento y corrupto. Y lo compara con el sur de Italia, Albania y el continente africano.
Para mí no hay duda: en Morelos prevalece la cultura de la violencia. Una de las principales vulnerabilidades de los últimos tres gobernadores ha sido el riesgo de que se descontrole la violencia, apareciendo en el horizonte vaivenes en la eficacia gubernamental para controlarla. Lo deseable es que nunca veamos detonada una crisis de legitimidad en la utilización de los instrumentos coercitivos del gobierno.
A eso se enfrentará la próxima gobernadora de Morelos y, a partir de este jueves, el nuevo comandante de la 24ª. Zona Militar, el general José Luis Bucio Quiroz, de quien se espera que el Ejército realmente aporte a nuestra entidad suficientes actividades de inteligencia, coadyuve a combatir al crimen organizado y limpie la imagen de simulación cada vez más creciente sobre la Guardia Nacional y los propios militares, quienes siempre llegan tarde a los sitios donde se cometen los delitos, solo para sustituir a los agentes de tránsito.