LAS MAÑANERAS QUE SE COMEN A CLAUDIA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 19 de noviembre de 2025
En política, la visibilidad es oxígeno, pero cuando se vuelve rutina diaria, se transforma en cianuro lento. Claudia Sheinbaum lo está viviendo en carne propia: cada mañana, a las siete y fracción, se para frente a los micrófonos en el Salón Tesorería del Palacio Nacional y, sin querer queriendo, se convierte en el pararrayos perfecto de un gobierno que parece funcionar con una sola cara visible y cien manos invisibles.
La sobreexposición no es un término de mercadotecnia; es una enfermedad política clásica. Sucede cuando una figura pública aparece tanto que pierde misterio, pierde peso y, sobre todo, pierde la capacidad de sorprender. Lo que en 2018 fue innovación disruptiva con Andrés Manuel López Obrador —hablarle directo al pueblo sin intermediarios— hoy, en 2025, huele a fórmula caduca. El café de las mañaneras ya no despierta a nadie; produce acidez.
Sheinbaum heredó (¿se lo impusieron?) el formato completo: dos horas y media promedio, “Quién es quién en las mentiras”, “Birmex te informa”, el Detector de Mentiras, el pase de lista de secretarios que parecen extras de reparto. Pero ella no es él. AMLO llenaba el escenario con carisma de barrio y frases que se volvían memes instantáneos. Claudia es ingeniera, habla en gráficas y porcentajes, y cuando intenta el punch político le sale forzado. El resultado: una presidenta que se desgasta a razón de 150 minutos diarios mientras su gabinete desayuna tranquilo en sus oficinas.
Y ahí está el verdadero daño colateral: la presidenta como escudo humano. Mientras ella responde por todo —desde la inseguridad en Guerrero hasta el precio del aguacate—, los secretarios brillan por su ausencia en el ojo público.
Omar García Harfuch puede tener los operativos más espectaculares del mundo, pero si algo sale mal, la bala siempre lleva el nombre de Claudia. Rosa Icela puede anunciar estrategias de paz, pero el linchamiento mediático lo recibe la titular del Ejecutivo. Es el gobierno de una sola mujer expuesta y cien funcionarios en modo fantasma.
Los números ya empiezan a reflejarlo. Aunque la aprobación presidencial ronda todavía el 70 por ciento en las encuestas oficiales, en las independientes la desaprobación crece mes con mes y se concentra en un solo punto: “la veo demasiado y ya me cansa”.
El incidente de los influencers de la Generación Z exhibidos en pantalla gigante el 14 de noviembre fue la gota que derramó el meme: en menos de 24 horas Claudia pasó de presidenta técnica a “la que doxxea morrillos desde Palacio”. La reacción fue brutal y, lo peor, innecesario. Todo por mantener un formato que ya no cabe en los tiempos de TikTok y de una oposición que vive de los clips de 30 segundos.
Porque ese es el otro efecto tóxico de la sobreexposición: convierte cualquier error en viral y cualquier acierto en ruido de fondo. Cuando hablas todos los días, nadie recuerda lo que dijiste ayer. Y cuando te equivocas un martes, el miércoles ya estás defendiendo el lunes.
Hay salida, claro. Reducir las mañaneras a tres por semana. Hacerlas temáticas. Mandar a los secretarios a dar la cara en horarios estelares. Grabar cápsulas cortas para redes. Usar el dato duro sin necesidad de dos horas de monólogo.
En resumen: dejar de imitar al antecesor y empezar a ser presidenta del siglo XXI. Porque si Claudia Sheinbaum sigue apareciendo 365 mañanas al año, no sólo se va a desgastar ella. Se va a desgastar la idea misma de que este gobierno tiene algo nuevo que ofrecer. Y eso, en política, es el verdadero pecado mortal.
