LOS INCENDIOS FORESTALES
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 10 de abril de 2024
La principal causa de las conflagraciones, casi en un 50 por ciento, son las actividades agropecuarias para la preparación de siembra y pastoreo, entre otras.
Cada año, entre febrero y marzo, el gobierno estatal se prepara ante el advenimiento del estiaje o de la temporada de secas (como usted prefiera llamarle). Al final del día, sin las debidas medidas preventivas, la sequía ocasiona graves daños a nuestros recursos naturales como suele suceder con los incendios forestales. Así lo estamos viendo a estas alturas de abril de 2024.
Los tres órdenes gubernamentales están obligados a enfrentar los siniestros y lograr la conformación de grupos especializados para sofocarlos, desde luego dotándoles los implementos necesarios, pero lo deseable es que no se presentara un solo siniestro. Asimismo, hasta un niño de primaria está informado sobre el grave recorte al presupuesto de la Comisión Nacional Forestal, lo cual ha impactado en la disminución del personal otrora responsabilizado de combatir los incendios y en la menor disponibilidad de sus herramientas.
Lo antes expuesto debe motivarnos a reflexionar respecto a lo siguiente.
Los bosques de Morelos, siendo el soporte de nuestro patrimonio biológico y la fuente de un valioso flujo de bienes y servicios ambientales, han estado sometidos a un implacable proceso de destrucción como resultado de un contexto caracterizado por la deforestación y consecuente desaparición de ecosistemas. En ello contribuyen cada año los incendios forestales.
Esta entidad tenía originalmente bosques templados en su porción norte, que cubrían aproximadamente el 25 por ciento de la superficie, y selva baja caducifolia en el resto del Estado. Lamentablemente durante las pasadas dos décadas se perdió más del 70 por ciento de la cubierta forestal.
El 30 por ciento que aún conserva esa capa está seriamente deteriorado y tan sólo el 10 por ciento restante se considera con poca perturbación humana.
Para mediados de la década de los setenta se consideraba que el 68 por ciento (334 mil 350 hectáreas) de Morelos eran suelos forestales. Actualmente quedan 24 mil 361 hectáreas (5.3 por ciento del territorio) de bosque templado y 62 mil 127 hectáreas (12.6 por ciento) de selva baja caducifolia.
La deforestación y consecuente desaparición de ecosistemas de bosques y selvas se ha dado fundamentalmente a partir de la década de los treinta, cuando se pusieron en marcha las políticas agrarias más significativas de la posrevolución y se aceleró el crecimiento demográfico.
Hoy en día, la deforestación persiste a ritmos muy elevados, que ubican a nuestro Estado entre los primeros a nivel nacional en lo que se refiere a este dudoso honor. Los datos oficiales más recientes reportan tasas anuales de deforestación superiores a las 10 mil hectáreas. Y la amenaza no cesa.
En Morelos los incendios son en su mayoría provocados, y casi toda la superficie afectada se pretende destinar o se destina a la agricultura o ganadería (por lo general de subsistencia) lo que garantiza su degradación ecológica y erosión. Este desenlace se presenta con mayor intensidad en la medida de que se trate de áreas con altas pendientes y fuertes precipitaciones.
A pesar de esta realidad y de sus profundas causas económicas, institucionales y demográficas, en Morelos los incendios generalmente se consideran como obra del fenómeno “El Niño” o de paseantes irresponsables o de conductas vandálicas y demenciales. Sin embargo, pareciera ser que el propósito de semejante interpretación es alejar al problema de sus causas, ya que resulta preferible admitir ser presa del infortunio que tener que enfrentarse a un escenario más complejo.