LUISA MARÍA ALCALDE BAJO FUEGO: LA PRESIDENTA DE MORENA QUE NO PUEDE ESCAPAR DE LOS ESPECTROS
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 28 de octubre de 2025
En las calles empedradas de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el sol de octubre caía como un reflector implacable sobre Luisa María Alcalde Luján. La joven presidenta nacional de Morena, con apenas 37 años y un currículum impecable de exsecretaria de Trabajo y Gobernación, acababa de aterrizar para un evento con madres buscadoras, esas mujeres que recorren selvas y barrancas en pos de sus desaparecidos. Pero lo que debía ser un acto de empatía se convirtió en un circo mediático.
Rodeada de micrófonos y flashes, Alcalde enfrentó la avalancha de preguntas sobre Rutilio Escandón, el exgobernador chiapaneco convertido en cónsul en Miami, y sus supuestos lazos con el cártel de La Barredora. Bienvenida al nuevo cargo, Luisa: donde cada paso es un campo minado.
El escándalo de Escandón no es un rumor de café; es un huracán documentado. Investigaciones del Ejército y del Departamento de Justicia de Estados Unidos lo señalan como facilitador de un grupo delictivo tabasqueño, ramificado del Cártel del Golfo, que se lucra con huachicol, extorsiones y narcomenudeo. Su cuñado, el senador Adán Augusto López Hernández —otro peso pesado de Morena—, aparece en el radar por presuntas protecciones a figuras como Hernán Bermúdez Requena, alias “El Abuelo”, exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco y líder capturado del cártel en septiembre.
Morena reaccionó expulsando a Bermúdez el 10 de octubre, un movimiento que Alcalde celebró como “limpieza interna”. Pero ¿y Escandón? Sigue en su puesto consular, como un elefante en la sala que nadie menciona.
La conferencia de prensa posterior fue un guion de pesadilla. Alcalde, flanqueada por controvertidas figuras locales como el exdiputado Pepe Cruz —acusado de violencia política— y Sasil de León, exsecretaria de Bienestar con nubes de opacidad en programas sociales, intentó capear el temporal. “Morena no es tapadera de nadie”, proclamó con voz firme. “Si hay pruebas sólidas, actuamos de inmediato, como con Bermúdez. No interferimos en investigaciones judiciales, a diferencia de gobiernos pasados”. Palabras medidas, casi institucionales, pero que cayeron en oídos sordos.
Los reporteros no cejaron: ¿Por qué no hay pesquisa interna? ¿Encubre el partido a sus corruptos? ¿Qué pasa con los vínculos de Adán Augusto? El silencio sobre detalles específicos fue como echarle gasolina al fuego. Este no es un episodio aislado; es el pan de cada comparecencia de Alcalde. Desde que asumió la presidencia de Morena, tras la salida de Mario Delgado, cada parada pública —ya sea en Veracruz o en la Ciudad de México— se transforma en un interrogatorio sobre las podredumbres del partido.
Acusaciones de alcaldes electos comprando huachicol a La Barredora, mantas en Chiapas tildando a Morena de “Cártel de Morena”, y ecos de herencias priístas recicladas en sus filas. Alcalde repite el mantra: “No hay corruptos impunes; las malas prácticas son sancionadas”. Pero en un México donde la corrupción es el deporte nacional, esa defensa suena a disco rayado, incapaz de borrar la mancha que salpica al movimiento fundado como antídoto a los excesos del viejo régimen.
La verdadera tormenta, sin embargo, bulle en las entrañas de Morena. El partido no es un bloque monolítico; es un zoológico de facciones donde los “dinos” como Adán Augusto o Manuel Bartlett —con sus sombras de opacidad— chocan con la generación fresca que representa Alcalde. Ella, con su perfil técnico y su juventud, llegó para oxigenar la imagen, pero se topa con una herencia tóxica: ex priístas y perredistas que trajeron equipaje del pasado.
Expulsar a Bermúdez fue un acierto táctico, un golpe de autoridad que le ganó aplausos en las bases. Pero si las pruebas escalan a Escandón o a pesos pesados como Augusto —posible rival en la carrera presidencial de 2030—, Alcalde deberá elegir: ¿lealtad ciega o principios a rajatabla?
Una rebelión interna podría tumbarla antes de que termine el año. El amplificador de todo esto es, por supuesto, el circo digital. En X, el antiguo Twitter, los memes llueven como confeti amargo: Alcalde “limpiando la basura” mientras deja intactos a los elefantes, o comparándola con un bombero que aviva el incendio.
La oposición —PAN, PRI, Movimiento Ciudadano— huele sangre y revive el fantasma del “narco-gobierno”, aliándose incluso con disidentes del PVEM chiapaneco que critican la corrupción local. Hasta aliados como senadores de la 4T cuestionan en voz baja. Alcalde no ha hallado aún su tono: ni la ironía confrontacional de AMLO ni la frialdad institucional de Sheinbaum. Sus respuestas, correctas en papel, fallan en empatía; priorizan la defensa partidista sobre el dolor de víctimas en Tabasco o Chiapas, donde La Barredora ha sembrado terror.¿Será este cargo una trampa mortal para Alcalde? Indudablemente sí: Morena gobierna, y gobernar en México significa acumular escándalos como imanes.
La debilidad institucional del país hace que la corrupción sea endémica, no exclusiva de un partido. Pero Alcalde tiene cartas en la manga: su frescura juvenil podría reconectar con las bases desencantadas, y acciones audaces como informes transparentes de investigaciones internas podrían voltear la tortilla. Si acelera la “limpieza” —expulsando no solo peones, sino capos cuando las pruebas aprieten— y humaniza su discurso, enfocándose en las madres buscadoras en vez de en tecnicismos, podría transformar esta cruz en espada. De lo contrario, se convertirá en el chivo expiatorio de los pecados colectivos de la 4T.
Al final, el reloj corre: las elecciones intermedias de 2027 acechan, y Morena no puede permitirse más hemorragias. ¿Durará Alcalde en el cargo, o la devorarán sus propios fantasmas? En un partido que prometió la Cuarta Transformación, la verdadera prueba no está en los mítines, sino en la capacidad de mirarse al espejo sin pestañear. Por ahora, Luisa María camina sobre brasas, y México observa con la ceja arqueada. ¿El fin de una era, o el nacimiento de una líder implacable? Solo el tiempo, y quizás un par de expulsiones más, lo dirán.
