NIÑOS ACOSADORES
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 21 de julio de 2023
Hace muchos años, cuando era conductor de Línea Caliente, recibí la llamada telefónica de alguien que deseaba denunciar el acoso escolar o “bullyng” en la escuela primaria “Benito Juárez”, sita en el centro de Cuernavaca. Varios alumnos de cuarto grado obligaron a tres compañeras suyas a beber un supuesto refresco que en realidad contenía orines. La dirección del plantel mandó traer a los padres de quienes cometieron tan reprobable acto a fin de que aplicasen las respectivas medidas disciplinarias, amén de que se les promovió apoyo psicológico.
Lo anterior quizás fue considerado una broma de mal gusto, pero no lo era. El delicado asunto iba más allá, pues el acoso escolar se presenta en diferentes proporciones pudiendo causar daños irreversibles a sus víctimas. En aquel tiempo también difundimos estadísticas respecto a la creciente cantidad de niños que ni siquiera habían alcanzado la pubertad cuando decidieron salir por la puerta falsa debido precisamente a dicho hostigamiento.
Esto no es una exageración, sino la triste realidad padecida por una de las dos más importantes instituciones que conforman el tejido social. Me refiero a la escuela. La otra es la familia.
Durante el sexenio 2012-2018 se impulsó el Programa Empresas de la Mujer, enfocado a madres solteras o en abandono, carentes de recursos económicos para enviar a sus hijos a la escuela y ofrecerles mejores oportunidades de desarrollo. Allá y entonces el gobierno de Morelos aplicó una encuesta dentro de las cárceles del estado cuyos resultados fueron dramáticos. El 60 por ciento de los reclusos provenía (¿proviene?) de familias donde faltaba la figura paterna. La inmensa mayoría de ese conglomerado fueron jóvenes que optaron por los actos ilegales para conseguir satisfactores económicos. De alguna forma u otra cayeron en las redes criminales.
Ni duda cabe que la desintegración familiar ha dañado sobremanera el tejido social de Morelos. El acoso escolar o “bullyng” está estrechamente vinculado con ello. Para el “caso mexicano” suele afirmarse que la falta o pérdida de valores éticos en la familia, su desintegración y la violencia dentro de ella; la pobreza, el desempleo, la drogadicción, la marginación y la discriminación, entre otros factores, conducen hacia la comisión de actos ilícitos, mismos que tuvieron su origen en determinada etapa de la vida. Para nuestro infortunio, no se ha emprendido un estudio longitudinal, de largo plazo, que permita determinar estadísticamente qué factores específicos están favoreciendo la inclinación a la delincuencia.
Otros países han desarrollado proyectos ambiciosos, como las “Encuestas Longitudinales”, consistentes en tomar una muestra de un grupo de niños menores de 10 años en alguna ciudad y seguirlos hasta la edad adulta para identificar quiénes se convierten en delincuentes y qué factores los distinguen de aquellos que no lo hacen.
Los más importantes pronosticadores de delincuencia de dichas “Encuestas “Longitudinales”, relacionados con niños de entre 8 y 10 años se ubicaron en seis categorías: 1) Comportamiento antisocial del niño, que incluye conflictividad, deshonestidad y agresividad; 2) Hiperactividad, impulsividad y déficit de atención; 3) Pobre desempeño académico; 4) Familiares delincuentes (padres convictos, hermanos mayores convictos y hermanos con problemas de conducta); 5) pobreza familiar (bajo ingreso, numerosa y descuidada casa-habitación); y 6) Una pobre técnica de los padres para criar al niño (severa y autoritaria disciplina, pobre supervisión de las actividades del niño, conflicto entre los padres y separación de estos con el niño).
¿Alguno de los seis pronosticadores se adapta al caso de algún conocido o familiar suyo? Muchos de los infantes que cometen acoso escolar o “bullyng” se insertan en la problemática que los psicólogos sociales identifican como trastorno de personalidad antisocial, sí, ese que cientos de criminales padecen. Los más conocidos delincuentes de nuestro país algún día fueron niños y adolescentes. Al buen entendedor, pocas palabras.