RANCHO IZAGUIRRE: GESTIÓN DE CRISIS NARRATIVA
LA CRÓNICA DE MORELOS. Martes 25 de marzo de 2025.
El caso del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, destapó una cloaca que ahora intentan perfumar con palabras bonitas. Lo que comenzó como una denuncia cruda de posibles “exterminios” —un término que evoca fosas, cenizas y desapariciones— está siendo moldeado por manos invisibles en una narrativa más suave, casi digerible, para tranquilizar conciencias y esquivar responsabilidades.
En el análisis y diseño de la comunicación política, este giro no es casualidad: lleva un nombre, técnicas y, sí, un tufo a desinformación que nos recuerda que las palabras, bien manipuladas, pueden ocultar más que revelar. Lo que sigue es un desmenuce de este juego discursivo, porque la verdad no merece maquillaje.
El delicado asunto podría clasificarse como un proceso de reframing narrativo o “reencuadre narrativo”. Este término se utiliza cuando se busca transformar la percepción pública de un evento, cambiando los marcos interpretativos (frames) que lo definen, en este caso, evitando palabras cargadas como “exterminio” para sustituirlas por otras menos impactantes, como “adiestramiento” o “reclutamiento”.
En cuanto al nombre que podría recibir este cambio específico de narrativa, en el ámbito de la comunicación política se podría denominar algo como “Operación de suavización semántica” o “Reconfiguración discursiva estratégica”, dependiendo del enfoque. Si el objetivo es deliberadamente ocultar o minimizar la gravedad de los hechos para influir en la opinión pública, también podría encajar bajo el paraguas de “Gestión de crisis narrativa” con fines de control de percepción. Cuando este tipo de estrategias se cruza con la desinformación, se habla de “manipulación discursiva” o incluso “ingeniería narrativa”, términos que implican una construcción intencional para moldear la realidad percibida.
Ahora, respecto a las técnicas que se podrían estar utilizando, desde la comunicación política y con un eco en tácticas históricas (como la propaganda nazi), podríamos identificar algunas. Desglosemos.
Sustitución léxica. Cambiar “exterminio” por términos más neutros o técnicos (“adiestramiento”, “centro de operaciones”) para reducir el impacto emocional y desviar la atención de la violencia implícita.
Minimización. Presentar los hechos como menos graves o sistemáticos de lo que las evidencias iniciales sugieren, diluyendo la percepción de horror.
Control de agenda. Enfocarse en aspectos secundarios (como la intervención de autoridades o la falta de pruebas concluyentes) para desplazar el debate lejos de las acusaciones más fuertes.
Deslegitimación de fuentes. Cuestionar a los colectivos o medios que usaron el término “exterminio” (como Guerreros Buscadores), sugiriendo exageración o falta de rigor.
Normalización. Tratar el evento como algo rutinario dentro del contexto de la violencia en México, evitando que se perciba como excepcional o escandaloso.
En referencia a los tiempos hitlerianos, la propaganda de Goebbels usaba técnicas similares: repetición de mensajes simplificados, eufemismos (como “solución final” para ocultar el genocidio), y la creación de una narrativa de sumisión que alineara a la población con los intereses del régimen. En este caso, si el objetivo fuera generar sumisión o aceptación pasiva, se buscaría que la población no cuestione la magnitud del problema ni exija respuestas contundentes, manteniendo una sensación de “todo está bajo control” o “no es tan grave como parece”.
Es importante considerar que el cambio de narrativa podría responder a una falta de evidencia concluyente que respalde el término “exterminio” (según lo que han dicho autoridades como la Fiscalía de Jalisco), lo que obligaría a un ajuste discursivo por precisión, más que por manipulación. La línea entre ambas intenciones es delgada y depende de los actores involucrados (gobierno, medios, crimen organizado) y de sus intereses.