RICARDO MONREAL: EL SACERDOTE OPORTUNISTA DE LA 4T
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 1 de septiembre de 2025
Ricardo Monreal Ávila, diputado federal de Morena y presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, es un maestro del ajedrez político mexicano. Su voz pausada, casi de homilía, y su discurso cargado de referencias a la justicia y la soberanía buscan proyectar una autoridad serena, pero para muchos en redes sociales y en la opinión pública, no es más que una máscara de hipocresía. En un México que clama por autenticidad tras décadas de políticos camaleónicos, Monreal encarna la contradicción de la Cuarta Transformación: un pie en la revolución y otro en el viejo sistema que dice combatir. Su trayectoria, desde el PRI al PRD y ahora en Morena, lo pinta como un sobreviviente que navega según el viento, pero a un costo que alimenta la desconfianza generalizada.
Con más de 40 años en la política, Monreal no es un principiante. Su paso por el PRI como operador clave, su gubernatura en Zacatecas (1998-2004) bajo el PRD, y su liderazgo en el Senado y ahora en la Cámara de Diputados con Morena demuestran un dominio del sistema. Ha sido instrumental en reformas clave de la 4T, como la judicial, la de pensiones y la militarización de la Guardia Nacional. Sin embargo, su pericia política brilló de manera controvertida este fin de semana (30-31 de agosto de 2025), cuando, según la cobertura de Maru Rojas en Grupo Fórmula, operó para bloquear que el PAN asumiera la presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara. Reportes indican que recibió llamadas directas de la presidenta Claudia Sheinbaum para evitar que un panista recibiera su primer informe de gobierno, una maniobra que asegura el control de Morena, pero a un costo político aún opaco.
La crítica más afilada contra Monreal es su oportunismo. Su salto de partido en partido —del PRI salinista al PRD y luego a Morena— lo ha marcado como un “caballo de Troya” dentro del movimiento de López Obrador. En redes sociales, lo tildan de “Judas de Morena” o “traidor”, acusándolo de negociar con figuras como Alito Moreno del PRI o de proteger aliados cuestionables, como Arturo Ávila, con propiedades lujosas en EE.UU., o Adán Augusto López, envuelto en tensiones internas. Esta maniobra reciente contra el PAN refuerza la percepción de que Monreal es un operador dispuesto a manipular el sistema para mantener el poder de Morena, sin importar las formas o las consecuencias. ¿A qué costo, en términos de alianzas o promesas, logró este movimiento? La opacidad de sus métodos solo aviva las sospechas.
Su estilo oratorio, descrito como una homilía, es un arma de doble filo. En eventos como el foro juvenil de julio de 2025, donde anunció “retirarse” de contiendas por cargos (aunque seguirá activo “hasta que me muera”), modula su voz para proyectar humildad y reflexión. Pero este tono sacerdotal, lejos de inspirar, genera escepticismo. En un país harto de políticos teatrales, su retórica suena a performance, especialmente cuando se le critica por maniobras como firmar documentos como “Diputado Doctor” o impulsar reformas impopulares, como la fiscal de 2025, que en Twitter se ve como un intento de “exprimir” a los trabajadores. Su capacidad para bloquear al PAN en la Mesa Directiva, aunque efectiva, refuerza la imagen de un político que usa su discurso moralista para disfrazar tácticas pragmáticas.
Las acusaciones de encubrimiento también pesan sobre él. Durante su gubernatura en Zacatecas, se le vinculó con mafias locales, un eco que persiste en críticas actuales. Su defensa de aliados como Ávila o López, y su presunta cercanía a figuras del viejo régimen, alimentan la narrativa de que protege intereses propios por encima de los principios de Morena. En 2023, su aspiración presidencial obtuvo solo un 5.9 por ciento en encuestas internas, y sus roces con Sheinbaum (aunque dice que están “superados”) muestran que ni dentro de su partido goza de confianza plena. Su reciente operación contra el PAN, siguiendo supuestas instrucciones de la presidenta, sugiere que sigue siendo un aliado útil, pero también un operador cuya lealtad parece estar más con el poder que con los ideales.
Por otro lado, no se puede negar su eficacia legislativa. Monreal ha sido clave en la “diplomacia parlamentaria” frente a presiones externas, como las de EE.UU. bajo Trump 2.0, y ha promovido leyes progresistas, como la regulación de la marihuana o la prohibición de terapias de conversión. Su experiencia lo convierte en un pilar para aprobar la agenda de la 4T, especialmente en un Congreso donde el PAN y el PRI buscan bloquear. Pero esta utilidad no disipa las sospechas: ¿actúa por convicción o por supervivencia? Su historial y su reciente maniobra contra el PAN sugieren lo segundo, consolidando la percepción de un político que prioriza el control sobre la transparencia.
En el México de 2025, donde la polarización define el debate, Monreal es un símbolo de las tensiones dentro de Morena. Quiere ser visto como un estadista, pero su pasado priista y sus tácticas lo atan al sistema que la 4T promete desmantelar. Su anuncio de “retirarse” de contiendas podría ser un gesto para ceder espacio a nuevas generaciones, pero suena más a una jugada para mantenerse relevante. En redes sociales, la opinión es clara: para muchos, es un demagogo que usa su retórica sacerdotal para encubrir ambiciones personales. Los datos lo confirman: sus cambios de partido, sus aliados cuestionables y su reciente operación contra el PAN pintan a un operador habilidoso, pero poco confiable.
El legado de Monreal está en una cuerda floja. Si Morena quiere renovarse y mantener la confianza de su base, necesita líderes que encarnen la autenticidad que predica, no operadores que recuerden al PRI de antaño. Monreal puede ser útil para aprobar leyes y mantener el control, como demostró este fin de semana, pero su sombra de oportunismo y su estilo hipócrita lo convierten en un lastre para la imagen de la 4T. En un país que exige coherencia, su habilidad para manipular el sistema, a veces bajo órdenes directas de la presidencia, podría ser su mayor fortaleza y, al mismo tiempo, su condena. México merece políticos que hablen con hechos, no con homilías ni maniobras a puerta cerrada.