SEGURIDAD PRESIDENCIAL: ENTRE LA CONFIANZA CIEGA Y LA REALIDAD COTIDIANA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 5 de noviembre de 2025
Podré disentir, a veces con vehemencia, de ciertas políticas públicas impulsadas por el régimen federal en turno o por la Cuarta Transformación, y criticar la beligerancia de algunos morenistas que parecen más interesados en la confrontación que en el diálogo; sin embargo, mi preocupación más profunda radica, por ahora, en la evidente fragilidad de la seguridad que rodea a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
Este martes 4 de noviembre, durante un recorrido a pie por el Centro Histórico de la Ciudad de México, cerca de Palacio Nacional, un individuo identificado ya como Uriel Rivera se aproximó sin control a ella, la abrazó por la cintura e intentó besarla en el cuello, tocándole los hombros y brazos en un acto flagrante de acoso sexual.
La mandataria presentó de inmediato una denuncia ante la Fiscalía de la CDMX, subrayando que si esto le ocurre a ella, con todo el aparato estatal a su disposición, ¿cuántas mujeres comunes en este país viven diariamente el terror de tales agresiones?
Este incidente no es solo un bochorno personal, sino un reflejo de fallas sistémicas en el protocolo de protección que merecen una revisión exhaustiva e inmediata.
Más allá del acoso contra las mujeres —un flagelo que Sheinbaum ha combatido con palabras y acciones a lo largo de su trayectoria—, lo que inquieta es la noción romántica de que “el pueblo bueno y sabio nos cuida”. No me trago por completo esa narrativa idealizada, porque en la CDMX y en infinidad de regiones mexicanas pululan los “locos” impredecibles, los desequilibrados y hasta los malintencionados que no distinguen entre admiración y agresión.
La detención de Rivera parece que fue reactiva (horas más tarde), no preventiva, y expone la necesidad de reforzar el perímetro de seguridad presidencial con inteligencia, tecnología y personal capacitado, sin caer en el paternalismo ingenuo.
En un país donde la violencia de género es endémica, proteger a la jefa de Estado no solo salvaguarda su integridad, sino que envía un mensaje contundente: la tolerancia cero al acoso comienza en las alturas del poder. Es hora de priorizar hechos sobre fe ciega en la bondad colectiva.
