VIDA PRIVADA Y PÚBLICA
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 4 de abril de 2024
Juan Pablo Sánchez Gálvez es hijo de Xóchitl Gálvez, candidata a la Presidencia de la República por la coalición Fuerza y Corazón por México (PRI, PAN, PRD y demás partidos aliados).
El joven ya es de sobra conocido a nivel nacional tras la impresionante difusión concedida por todos los medios tradicionales de comunicación y las redes sociales, a un video en que Juan Pablo aparece, presuntamente hace un año, en estado de ebriedad, increpando a cadeneros de un antro situado en Polanco, Ciudad de México. Su verborrea, al calor de las copas, lo proyectó como un junior.
Ya sabrán cómo le fue al inmaduro personaje, pero sobre todo a su señora madre, quien buscó contrarrestar de diferentes formas el ataque. En lo personal me parece que el daño ya está hecho y el jovencito ha sido retirado de la campaña de su mamá. Esto forma parte de la guerra sucia, normal en las campañas preelectorales, pero manejado en extremo por Morena y sus aliados antes del primer debate presidencial, programado este domingo a las 20:00 horas. En resumen: le endilgaron a Xóchitl Gálvez un severo madrazo, del cual, sin embargo, saldrá adelante, pues cosas peores que las de su hijo han sido protagonizadas por los vástagos de López Obrador.
En el fondo de la profusa difusión del video surge el siguiente planteamiento: ¿Dónde termina la vida privada y en dónde comienza la vida pública de los políticos? Este es un tema por demás polémico, que aquí y en China siempre llamará la atención de la opinión pública, pues, si llegan a conocerse deslices o detalles de un comportamiento inadecuado, surge la hipocresía y las posiciones de doble discurso y doble moral.
Si se trata de medir a todos, todos, absolutamente todos los actores de la vida pública nacional con el mismo rasero frente a su conducta en la vida pública, ninguno pasa la prueba del ácido. Sin embargo, quienes pretendan meterse a la política, la cual no conoce escrúpulos, deben estar plenamente conscientes de que a partir de ya estarán colocados en una especie de pecera, con cristales transparentes, ante los ojos de miles, cientos de miles y/o millones de personas.
Hace décadas guardé un excelente análisis del investigador y pensador uruguayo Oscar Bottinelli, conferencista sobre de ciencias políticas en varias universidades latinoamericanas, donde establece gráficamente lo que es la vida pública y privada de nuestros funcionarios, políticos, politiqueros, politiquillos y politicastros sin concederles ninguna hipocresía. Sus reflexiones son importantes para nosotros en los actuales momentos de ebullición preelectoral y antes de decidir por quién votar el 2 de junio de 2024.
En esta campaña proselitista, previa a la “madre de todas las elecciones”, habremos de atender y analizar (en la medida de nuestras posibilidades) lo que hagan y ofrezcan los aspirantes a cargos de elección popular, pero sobre todo lo que se escriba o diga de ellos. Tendremos un compromiso con nosotros mismos y los demás miembros de la colectividad: conocer oportunamente si sufragaremos por servidores con auténtica vocación de servicio o por desquiciados que, una vez encumbrados y con poder, abusarán adoptando conductas peligrosas para la sociedad. Esto último no es nada nuevo, pues la historia morelense tiene registrados infinidad de ejemplos sobre sociópatas en el poder.
Bottinelli, por lo tanto, se pregunta:
“Los hombres públicos, las personas que actúan en el plano público, ¿por esa circunstancia carecen de vida privada? Esa vida privada ¿es parte de la vida pública, o hay determinada separación entre ambas, y en ese caso cuál es y dónde están los límites? (…)
Tiende a considerarse que los dirigentes políticos son aprobados o desaprobados por lo que hacen con su vida pública, por cómo actúan, cuál es su ética en función de lo público, y no por lo que hacen en su vida privada. No hemos tenido escándalos porque tengan una vida privada más o menos recatada, más o menos a determinadas cosas”.
Los morelenses tenemos mucha experiencia sobre el balconeo de la vida privada de quienes forman parte de la vida pública. No somos ajenos al proceder de pésimos políticos y funcionarios públicos que, en más de una ocasión, torcieron el camino de honestidad prometido durante las campañas propagandísticas y se convirtieron en energúmenos, desequilibrados emocionales y potenciales criminales bajo la mínima presión.
Dice Bottinelli que la separación tajante entre lo público y lo privado puede llevar a sostener que un individuo tenga conductas muy censurables sin que la gente lo sepa, cuando ello podría ser un componente para juzgar a un dirigente político. Aduce que, llegado el caso, puede juzgarse al sujeto aprovechándose cualquier flaqueza que pueda tener en su vida privada como armas de acción política.
En Morelos, sobre todo partiendo de hechos recientes, hemos llegado al momento de que nuestros funcionarios y políticos sean juzgados como si estuvieran en una pecera. Es decir:
“Deben estar conscientes de que se encuentran entre paredes de cristal y carecen de toda posibilidad de privacidad: todo lo que hace un político y su familia es parte de la vida pública”.
¿Usted qué opina amable lector?