VIDEO: El chorrito de oro; cómo el SAPAC de Cuernavaca convierte el agua en billetes sucios
Cuernavaca, esa “ciudad de la eterna primavera” que ahora huele a cloaca y a extorsión, es el epicentro de un saqueo hidráulico que hace palidecer al huachicolero de Pemex. Mientras los morelenses claman por un vaso de agua limpia, los burócratas del Sistema de Agua Potable y Alcantarillado de Cuernavaca (SAPAC) han convertido los pozos en cajeros automáticos personales.
No contentos con el “huachicol” del agua –ese viejo truco donde piperos locales venden el vital líquido a porteadores del Estado de México y la CDMX como si fuera tequila contrabandeado–, ahora regulan el flujo a conveniencia, gota a gota, para exprimir hasta el último peso de los choferes que, irónicamente, son los que salvan el día a la ciudadanía sedienta.
Imagínense la escena: filas eternas de pipas, como serpientes de metal retorciéndose bajo el sol abrasador. Tres horas de espera para un “abastecimiento” que parece diseñado por un sádico con resaca. Un chorrito miserable, tan raquítico que una pipa de 8 mil litros tarda 40 minutos en llenarse. ¿Y el resultado? Un chofer, en un día “normal”, apenas alcanza para dos o tres servicios. Es decir, la mitad de lo que podría hacer si el sistema no fuera una estafa con tubería.
Pero ahí viene el gancho: “¿Quieres más presión?”, suelta el trabajador del pozo con esa sonrisa de tiburón. Cincuenta pesos, “cooperación voluntaria” –ja, como si alguien creyera que es opcional. Muchas veces los transas del SAPAC aplican la antigua máxima de “dependiendo el sapo es la pedrada”. Es decir, los 5o varitos pueden multiplicarse.
Con esa mordida, el tiempo se reduce a la mitad, y el agua sale como si de verdad importara hidratar a la gente, no a los bolsillos de los uniformados.
Esto no es un desliz administrativo; es un esquema montado con la precisión de un cártel de bajo perfil. Los concesionarios y choferes, atrapados entre la espada de la necesidad y la pared de la corrupción, murmuran quejas en voz baja, porque alzar la voz significa quedarse seco por semanas.
Y como si el abuso no bastara, las autoridades del SAPAC les exigen servicios gratuitos a cambio de “vales” –esos papelitos mágicos que prometen favores futuros, pero que suelen evaporarse como el agua en Morelos durante la sequía. ¿Por qué? Porque el SAPAC, esa entidad que debería ser el guardián del flujo vital, carece de sus propios carros tanque. ¡Brillante! Delegan la logística a privados, pero les chupan la sangre para financiarse el café de la mañana.
Este cóctel de extorsión solapada –sumado al huachicol que inunda las redes con videos de piperos vendiendo agua robada como si fuera maná del cielo– pinta un panorama de funcionarios que ven el servicio público como un buffet de oportunidades.
¿Dónde está la contraloría? ¿La Fiscalía? Ah, claro, ocupados en otros “huachicoles” más mediáticos. Mientras tanto, Cuernavaca se ahoga en su propia mugre: pozos saqueados, pipas en eterna procesión y una ciudadanía que paga doble –en facturas y en dignidad– por un chorrito de lo que debería ser un derecho, no un lujo negociable.
Es hora de que el SAPAC explique, no con comunicados tibios, sino con cabezas rodando. Porque si el agua es vida, aquí la están vendiendo al menudeo, y el precio lo pagan todos menos los que aprietan las válvulas. ¿Reforma? ¿Auditorías? Mejor empecemos por secar los bolsillos de estos parásitos. Cuernavaca merece más que un goteo de justicia; merece un torrente.
