CUANDO LA JUVENTUD SE PIERDE EN LA SOMBRA DEL CRIMEN
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 03 de marzo de 2025
Un adolescente de 15 años camina por las calles de Cuautla o Jiutepec. En su mente no están los goles del próximo partido, sino una oferta que lo tienta: dinero fácil, una moto, un espejismo de poder. En Morelos, el crimen organizado no descansa; seduce a los jóvenes —a veces casi niños— y los convierte en piezas de su maquinaria violenta. Margarita González Saravia, gobernadora desde hace cinco meses, enfrenta este drama con decisión, pero el terreno es minado: rescoldos de negligencia e indiferencia de mandatarios anteriores arden aún bajo sus pies. La historia no es nueva —recordemos a “El Ponchis” en 2010—, pero el desafío sí lo es para ella.
El contexto en Morelos es un rompecabezas roto. La pobreza, con más del 50 por ciento de la población en condiciones precarias según el CONEVAL, se mezcla con escuelas semiabandonadas y empleos que no llegan. Los cárteles, como la Familia Michoacana o el Jalisco Nueva Generación, aprovechan estas grietas, usando redes sociales y videojuegos para reclutar. En este complicado escenario, González Saravia y su gabinete de seguridad han puesto toda la carne al asador: en enero de 2025 entregaron 50 patrullas nuevas y alinearon una estrategia estatal con siete ejes. Es un arranque prometedor, pero el lastre de administraciones pasadas —a veces señaladas por autocomplacencia o peor, complicidades— pesa como plomo.
El impacto de este flagelo es una herida abierta. Cada joven atrapado por el narco es un futuro robado, una familia quebrada. Las desapariciones forzadas son cicatrices de esta guerra silenciosa. Los que no desaparecen, a menudo terminan como carne de cañón o, con los años, como los nuevos rostros del crimen. González Saravia no niega la magnitud: su gobierno ha prometido luchar contra la delincuencia sin tregua. Pero el ciclo de violencia, alimentado por décadas de abandono, no se rompe con buenas intenciones, ni en cinco meses.
Las gestiones anteriores dejaron un Morelos frágil. Los operativos contra el crimen atrapaban peones, no cabezas; los programas de prevención eran tibios o inexistentes. Hoy, la gobernadora enfrenta críticas por heredar un estado en llamas, pero también hay que verla actuar: su equipo de seguridad, liderado por Miguel Ángel Urrutia, habla de dignificación policial y trabajo con la Federación. No es poco en un lugar donde la desconfianza reina. Sin embargo, el reto es titánico: la pobreza y la falta de oportunidades no se resuelven con patrullas, y el narco seguirá pescando en ese río revuelto si no hay más.
Aun así, hay luz entre las sombras. Activistas como Jael Jacobo, buscando a su hermano desaparecido en Zacatepec, muestran que la resistencia existe. González Saravia apuesta por un cambio de raíz: abrir Palacio de Gobierno, acercarse al pueblo, tejer redes comunitarias. Cinco meses no bastan para deshacer años de descuido, pero el esfuerzo se ve. Morelos necesita más que promesas; necesita que la sociedad diga “basta” junto a un gobierno que, por ahora, parece dispuesto a dar la pelea. La juventud merece que no la dejemos ir.