EL BASTÓN DE MANDO: DE SÍMBOLO SAGRADO A CIRCO POLÍTICO
LA CRÓNICA DE MORELOS
Lunes 1 de septiembre de 2025
E D I T O R I A L
El Bastón de Mando, emblema ancestral de las culturas mesoamericanas, ha sido secuestrado por la Cuarta Transformación (4T) para convertirse en un utilero de propaganda. Este objeto, que en comunidades indígenas como las de Oaxaca o Chiapas simboliza autoridad moral otorgada por asambleas, representa el compromiso de “gobernar obedeciendo”. Tallado en madera sagrada, adornado con listones que evocan los rumbos del universo, su entrega es un pacto de servicio, no un trofeo de poder. Sin embargo, en manos de la 4T, desde la toma de posesión de AMLO en 2018 hasta la ceremonia de los nuevos ministros de la SCJN en 2025, se ha transformado en un espectáculo mediático que desdibuja su esencia y polariza a México.
La 4T adoptó el bastón como estandarte de su narrativa indigenista, un guiño a los 10-12 millones de mexicanos originarios que enfrentan pobreza y marginación. AMLO lo recibió en 2018 en el Zócalo, un acto que prometía inclusión pero que, según críticos como el antropólogo Francisco López Bárcenas, fue más un montaje electoral que un compromiso genuino. La entrega a Claudia Sheinbaum en 2023 y 2024, y ahora a los nueve ministros de la SCJN este 1 de septiembre de 2025, refuerza esta percepción. En Cuicuilco y el Zócalo, con sahumerios, caracoles y rituales coreografiados, el bastón se usó para legitimar una Corte alineada con el Ejecutivo, no para honrar tradiciones indígenas.
La ceremonia de la SCJN, con purificaciones al alba y un nuevo logotipo que incluye el bastón, es un punto de inflexión. Hugo Aguilar Ortiz, ministro presidente mixteco, lo defendió como un paso hacia una justicia intercultural. Pero el exceso es evidente: los bastones, fabricados para la ocasión, no surgieron de asambleas comunitarias, sino de un guion político. Organizaciones indígenas como el Consejo Nacional de Pueblos Originarios critican esta “apropiación cultural”, señalando que el bastón no es heredable ni decorativo, sino un símbolo de responsabilidad colectiva. Usarlo en un contexto institucional, lejos de usos y costumbres, huele a farsa.
La polarización que genera este abuso es innegable. En redes sociales, la ceremonia de hoy fue ridiculizada como “neo-aztequismo” o “circo autoritario”, con memes que aluden a un Benito Juárez horrorizado por la mezcla de rituales prehispánicos con un Estado laico. Opositores como Xóchitl Gálvez han comparado el bastón con un “cetro imperial”, mientras la 4T lo blande para dividir: el “pueblo bueno” (indígenas, pobres) contra las “élites corruptas” (clase media, oposición). Esta narrativa no solo simplifica la complejidad mexicana, sino que ignora las verdaderas demandas indígenas, como el control territorial o la consulta vinculante.
La 4T no inventó este oportunismo. El PRI ya usaba bastones en los gobiernos de López Mateos o Colosio para seducir votos indígenas. Pero el volumen actual, con eventos masivos y cobertura mediática, lleva la apropiación a otro nivel. El 27.9 por ciento de indígenas en pobreza extrema (CONEVAL) sigue esperando políticas sustantivas, mientras el gobierno prefiere gestos grandilocuentes. La entrega de bastones a ministros, en un contexto de reforma judicial controvertida, parece más un intento de legitimar el control del Ejecutivo sobre la Corte que un homenaje a la diversidad cultural.
No todo es cinismo. Figuras como Hugo Aguilar, con décadas defendiendo derechos indígenas, aportan legitimidad al discurso de inclusión. Pero el riesgo de fetichización es alto: el bastón, despojado de su contexto asambleario, se reduce a un accesorio de poder. La 4T podría aprender de las comunidades que aún lo usan con autenticidad, donde el líder es vigilado por su pueblo, no aplaudido como mesías. México necesita menos performances y más acción: consultas reales, reformas estructurales y un diálogo que no divida entre “pueblo” y “fifís”.
El Bastón de Mando merece respeto, no ser un utilero de campaña. Mientras la 4T lo agite como trofeo, seguirá siendo un símbolo de división, no de unidad. La farsa no está en el bastón, sino en quienes lo usan para vender una transformación que, para muchos indígenas, sigue siendo solo un bonito discurso.