Morena o el festín de los bloques y la sombra de la dinastía
LA CRÓNICA DE MORELOS. Jueves 20 de marzo de 2025.
Morena, el leviatán político que arrasó con la vieja guardia mexicana en una década, ya no es el monolito que AMLO forjó con su carisma y su narrativa de redención. A escasos seis meses de que Claudia Sheinbaum asumiera el timón del Ejecutivo Federal, las grietas internas del partido se han hecho evidentes. No son “tribus” como las del difunto PRD, ese cadáver político que aún exhala sus últimos estertores; aquí hablamos de bloques, facciones con colmillos afilados que disputan el alma de la autoproclamada Cuarta Transformación. Por un lado, el bloque duro, nostálgico del obradorismo puro, con AMLO y su hijo Andy López Beltrán como faros ideológicos. Por el otro, el bloque moderado, orbitando alrededor de Sheinbaum, que parece querer gobernar con algo más que consignas y menos mesianismo. La pregunta es: ¿quién devorará a quién en este banquete de poder?
EL BLOQUE DURO O LOS GUARDIANES DEL TEMPLO
El bloque duro de Morena no admite matices ni titubeos. Es la guardia pretoriana del legado de AMLO, una pandilla de leales que ven en el exmandatario al profeta eterno de la transformación. Aquí despuntan figuras como Clara Brugada, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, cuya victoria en 2024 fue un guiño al ala más radical del partido. Brugada, con su historial de lucha social y su fidelidad ciega al obradorismo, encarna esa izquierda visceral que prefiere las barricadas a los acuerdos. Junto a ella, personajes como Citlalli Hernández, exsecretaria general de Morena, y Mario Delgado, el eterno operador de la maquinaria partidista, forman un núcleo que no solo defiende el evangelio de la 4T, sino que lo predica con fervor casi religioso.
Pero la verdadera joya de este bloque es Andy López Beltrán, el hijo mediano de AMLO, quien desde su ascenso a la Secretaría de Organización de Morena en septiembre de 2024 se ha convertido en el comisario político del régimen. Andy no es un improvisado: discreto, disciplinado y con olfato para el poder, heredó de su padre la ambición de controlar las bases. Su tarea de apuntalar los Comités de Defensa de la Transformación no es menor; es el arquitecto de una estructura que busca mantener a Morena como un partido de masas, pero bajo el yugo de la familia López Obrador. Los rumores de nepotismo no lo inmutan: para sus detractores, es un delfín en ciernes; para sus aliados, un mártir acosado por la “prensa fifí”. Sea como sea, su sombra pesa, y no pocos ven en él un proyecto dinástico para 2030.
EL BLOQUE MODERADO Y LA TECNOCRACIA CON ROSTRO HUMANO
Frente a esta facción dogmática, el bloque moderado de Sheinbaum apuesta por una vía menos estridente. La presidenta, climatóloga de formación y pragmática por convicción, no carga con el aura mesiánica de AMLO, pero sí con un estilo que mezcla datos duros y guiños al humanismo mexicano. Su entorno refleja esta apuesta: Omar García Harfuch, el exjefe policiaco que huele más a eficacia que a ideología, y Luisa María Alcalde, ahora presidenta de Morena, quien a sus 37 años representa una generación que quiere modernizar el partido sin romper del todo con sus raíces. Este bloque no rehúye los programas sociales ni las promesas de justicia, pero busca ejecutarlos con un perfil más técnico, menos visceral.
Sheinbaum, sin embargo, no es ingenua. Sabe que su legitimidad depende de resultados tangibles—reducir la violencia, apuntalar la economía—y no de las mañaneras interminables que AMLO usó como púlpito. Su reciente propuesta contra el nepotismo, un dardo apenas disimulado contra la influencia de Andy, revela su intención de marcar distancia. Pero el equilibrio es frágil: depende del Congreso, donde Morena tiene mayorías aplastantes gracias al bloque duro, y de las bases, que Andy controla con mano firme. ¿Hasta dónde tolerará la presidenta esta tensión?
BLOQUE DURO Y MODERADO EN LAS CÁMARAS
Adán Augusto López Hernández y Ricardo Monreal Ávila son dos figuras clave en el actual panorama político de Morena, y su desempeño como coordinadores de las bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados, respectivamente, refleja tanto sus estilos personales como las dinámicas internas del partido. A marzo de 2025, sus roles y posturas sugieren una ubicación dentro de ambos bloques: el “duro” (afín a AMLO y su hijo Andy López Beltrán) y el “moderado” (afín a Claudia Sheinbaum). Sin embargo, su alineación no es absoluta y está matizada por sus trayectorias, rivalidades y pragmatismo político.
ADÁN AUGUSTO LÓPEZ HERNÁNDEZ EN EL SENADO
Adán Augusto, exsecretario de Gobernación y hombre de confianza de AMLO durante el sexenio pasado, lidera la bancada de Morena en el Senado con un estilo que combina lealtad al obradorismo puro y una postura dura en la defensa de la 4T. Su cercanía histórica con López Obrador—evidente en su papel como operador político clave—lo sitúa de manera natural en el bloque duro. Este bloque orbita alrededor de AMLO y su hijo Andy, quien desde su posición en la Secretaría de Organización de Morena ha consolidado el control de las bases.
En el Senado, Adán Augusto ha mostrado una línea firme, como se vio en su enfrentamiento con Ricardo Monreal a finales de 2024, cuando lo acusó de presuntas irregularidades durante su gestión en la Cámara Alta. Este choque no solo reveló tensiones personales, sino también una defensa del legado de AMLO frente a lo que podría percibirse como desvíos o tibiezas. Además, su resistencia a ciertas reformas impulsadas por Sheinbaum sugiere que prioriza la continuidad del proyecto original de la 4T sobre las adaptaciones que la presidenta busca implementar. Esto lo alinea con los intereses del bloque duro, donde la influencia de Andy y la nostalgia por el liderazgo de AMLO pesan más que las nuevas directrices de Sheinbaum.
RICARDO MONREAL EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
Ricardo Monreal, por su parte, es un político curtido, con una trayectoria que mezcla disciplina partidista y un instinto de supervivencia que lo ha llevado a navegar distintas aguas. Como coordinador de Morena en la Cámara de Diputados, su estilo es más conciliador y estratégico que el de Adán Augusto, lo que lo posiciona más cerca del bloque moderado afín a Sheinbaum. Monreal ha apoyado públicamente las decisiones de la presidenta—como su postura frente a los aranceles de EU al acero y aluminio en marzo de 2025—y ha buscado proyectar una imagen de unidad y respaldo al Ejecutivo, algo que contrasta con las fricciones que Adán Augusto ha generado.
Su historial, sin embargo, es complejo. Monreal fue un operador clave para AMLO en el pasado, pero su relación con Sheinbaum ha tenido altibajos desde que compitieron por la candidatura presidencial en 2023, donde él acusó falta de “piso parejo”. A pesar de esto, su pragmatismo lo ha llevado a adaptarse al liderazgo de Sheinbaum, evitando confrontaciones directas con ella y enfocándose en mantener el control legislativo. Su pleito con Adán Augusto, donde defendió su gestión en el Senado y exigió pruebas a las acusaciones, mostró que no está dispuesto a ceder terreno al bloque duro sin pelear, pero tampoco se ha desmarcado del todo del obradorismo, lo que sugiere una posición ambivalente: moderado por conveniencia, pero con raíces en el ala más tradicional de Morena.
LA GUERRA FRÍA DE LA 4T
Lo que estamos viendo no es una ruptura abierta, sino una guerra fría al interior de Morena. El bloque duro, con AMLO como líder moral desde su presunto retiro en Palenque, no suelta el control ideológico; el bloque moderado, con Sheinbaum al frente, busca gobernar sin el lastre del pasado. La paradoja es que ambos necesitan al otro: Sheinbaum requiere el músculo de las bases que Andy y los suyos manejan, mientras que el bloque duro depende del éxito de Sheinbaum para no quedar como un eco nostálgico de un tiempo que no volverá.
La historia de Morena, como la del PRD en su momento, podría terminar en una implosión si estas tensiones no se resuelven. Por ahora, Sheinbaum juega al ajedrez mientras Andy y los suyos apuestan al dominó. El pueblo, ese que votó por la 4T con fe ciega, observa desde las gradas, esperando que el festín de los bloques no termine en indigestión. Porque si algo enseña la política mexicana, es que los imperios, incluso los autoproclamados transformadores, se derrumban desde adentro.