DIONICIO ÁLVAREZ Y SU SANTUARIO DEL HORROR
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 14 de marzo de 2025
Por fin un caso que combina corrupción, santería y restos humanos en un cóctel tan macabro que ni Stephen King se lo hubiera imaginado. Este jueves, la Fiscalía Anticorrupción de Morelos irrumpió en la lujosa mansión de Dionicio Emanuel Álvarez Anonales, exdirector del Fideicomiso Lago de Tequesquitengo, ubicada en la calle Nueva Rusia de la colonia Lomas de Cortés. ¿El motivo? Una orden de aprehensión por peculado, ejercicio abusivo y quién sabe cuántos delitos más que este prófugo de la justicia tiene en su haber. Pero lo que encontraron los agentes fue mucho más que pruebas de un desfalco millonario: un altar digno de una película de terror, con restos humanos, huellas de sangre y un aire a ritual que haría palidecer a cualquier santero de barrio.
Dionicio, el otrora intocable colaborador de Cuauhtémoc Blanco, parece que no solo se dedicó a saquear las arcas públicas con la elegancia de un ladrón de guante blanco. No, este señor tenía aficiones más… exóticas. Mientras el erario de Morelos lloraba por los 20 millones de pesos que justificó con un festival musical fantasma en Tequesquitengo, él montaba su propio aquelarre en casa. ¿Qué sigue? ¿Que nos digan que los cráneos eran souvenirs de sus viajes de trabajo y la sangre solo era salsa para las ofrendas?
La escena es tan grotesca que casi parece un chiste: un funcionario acusado de robarse el dinero del pueblo, viviendo en una mansión que grita opulencia, y decorándola con un toque de santería macabra. Uno se pregunta si los restos humanos eran parte del mobiliario o si los usaba para negociar con los santos un poco de impunidad. Porque, claro, cuando el peculado no alcanza, siempre puedes recurrir a un ritualito para que la justicia te haga la vista gorda.
Y mientras tanto, el hombre está en fuga. Prófugo, como el buen villano que es, dejando tras de sí un rastro de billetes malhabidos y un altar que parece sacado de una pesadilla. La Fiscalía ofrece 113 mil pesos de recompensa por su cabeza —irónico, considerando que él ya tenía unas cuantas en su colección privada—. ¿Dónde estará Dionicio? ¿Rezándole a sus santos para que lo escondan, o planeando su próximo desfalco desde algún paraíso fiscal con vista al mar?
Este caso es el retrato perfecto de la podredumbre que se incuba en ciertos rincones del poder. No basta con robar, hay que hacerlo con estilo: una mansión en Lomas de Cortés, un cargo público bien aprovechado y un toque de misticismo sangriento para darle sabor. Morelos no merece esto, pero parece que Dionicio Álvarez sí se merecía su trono en el panteón de los corruptos creativos. Que lo encuentren pronto, no sea que el próximo altar lo arme con los restos de nuestra paciencia.